jueves, 25 de febrero de 2016

La ruptura

Artículo publicado en CTXT:

http://ctxt.es/es/20160224/Deportes/4413/Atletico-de-Madrid-falta-de-gol-ataque-La-Colchoner%C3%ADa.htm

No siempre se es capaz de detectar las señales que preceden a la ruptura. A todos nos gustaría ser capaces de encontrar el punto de inflexión, el detonante sobre el que pudiéramos actuar. Tal vez un crujido, frío y seco, como cantaba Rocío Jurado con el amor de cuerpo presente de tanto usarlo. Lo cierto es que estas cosas ocurren y rara vez se puede hacer algo. El gol nos ha abandonado, es evidente. Un día, al volver a casa, nos dimos cuenta de que el gol se había marchado. Había vaciado los armarios sin dejar rastro de su ropa, solo nos quedaba su olor, todavía fresco pero ya distante. Sobre la mesa, una nota que no explicaba su huida hacía crecer todos los porqués que se agolpaban en nuestra mente. Dudando si llorar o asaltar la nevera para aplacar la ansiedad, nos echamos en la cama. Parecía enorme. Muy vacía también. El gol nos ha dejado, asumámoslo.  

Tendido sobre las frías y desamparadas sabanas uno analiza si la fuga del gol comenzó hace tiempo y no supimos verlo. Mala planificación deportiva, expectativas demasiado optimistas hacia las cifras goleadoras de los delanteros más jóvenes, el affaire de Jackson, que en gloria oriental esté, menos participación de otras líneas en el asunto finalizador, los tantos que se mudaron -¡cuánto se te echa de menos, Raúl!- a orilla del Guggenheim, carencia de jugadas de estrategia frescas recién salidas del laboratorio, la sombra de Tiago, que es alargada y lo equilibraba todo…Como les decía, no es sencillo notar el crujido que hubiese anunciado la ruptura. Entre todas las razones lo mataron y el gol, lejos de pensar en morirse, decidió huir dando un portazo.



Lo cierto es que el Atleti, con sus más y sus menos, lo intenta casi todo. Explora otras vías, echa el balón al suelo tras desesperar al personal con balones largos remitidos por los centrales sin acuse de recibo. No convencen al gol esos esfuerzos, esas demostraciones de que hemos cambiado, de que queremos que vuelva a nuestro lado. Quizá el gol, dolido por nuestro comportamiento, necesite algo más para dejar de mostrarse esquivo. Una caja de bombones, una docena de rosas frescas, un fin de semana romántico en un hotelito rural de esos cuyo encanto reside en la superpoblación de arañas que conviven a pensión completa con el turista. Habría que agotar las posibilidades y analizar las causas por las que el gol decidiera coger las maletas. Les confieso que servidor las ha masticado, digerido y debatido, consigo mismo y junto a otros, y nadie es capaz de dar una explicación totalmente satisfactoria sobre lo que ocurrió un poco antes de ese supuesto crujido anunciador de que el gol iba a pedir la separación.

Sin el gol no se puede vivir. Su falta no puede ser tapada por familia, amigos, ni por diez saques de esquina mal ejecutados, ávidos de un rebote que los deposite en las redes. No intentemos reconstruir nuestras rutinas sobre otros equívocos cimientos como la posesión o las sensaciones, que diría Sánchez Flores, no hay vida después de la ausencia del gol. Antes de echarnos en brazos de la depresión más profunda, debemos ser conscientes que, también sin previo aviso, el gol puede volver cualquier día de estos. A la vuelta del trabajo notaremos que el olor a cerrado y la percepción de abandono en el que nos había sumido su marcha habrán desaparecido. El césped, nuestra casa, recuperará la alegría como por arte de magia y todo volverá a ser como antes, balones largos aparte. No notaremos ningún crujido, frío y seco, que anuncie la buena nueva de su retorno. Simplemente sucederá, estas cosas ocurren. Puestos a pedir, por muy despechado que esté, podría hacer un esfuerzo el gol y dejar de hacerse el ofendido esta semana mismo. Vamos a necesitarlo. 

martes, 23 de febrero de 2016

Inconscientes

Artículo publicado en La Vida en Rojiblanco: 

http://www.lavidaenrojiblanco.com/opinion/inconscientes/

Parece mentira. Andábamos tan tranquilos inmersos en la rutina y ya tenemos al equipo desmontado. Hecho unos zorros como quien dice. El Atleti se desintegra como un objeto sideral al entrar en contacto con la atmósfera mientras nosotros, que somos unos inconscientes, dedicamos la semana a cargar con nuestras diarias miserias. Menos mal que la industria del colorín en la que se ha convertido el periodismo deportivo cartesiano nos lo ha recordado. Gracias. No sé qué haríamos sin vosotros, queridos. Cada vez que el azaroso calendario decide juntar nuestro camino con el del equipo que con su avería en el fax propició una crisis profunda en la relación entre Edurne y su chico, ahí estáis, prestos a sacarnos del pozo de la ignorancia. Gracias de nuevo.

Sabíamos que ahora venían curvas. Que volvía la Champions en medio de unas jornadas de liga de horario traidor y rivales de renombre. Conocíamos de la dificultad de la empresa pero no podíamos llegar a sospechar lo maltrechos que lo afrontaríamos. Qué cabeza la nuestra. Simeone se nos marcha al Chelsea. Griezmann vive sin vivir en sí porque quiere mudarse al norte de la capital. Lo de Torres en los últimos partidos es una casualidad. La defensa ya no defiende lo que defendía, defienden los defendedores de trabalenguas y, para colmo, fuentes fidedignas aseguran que la resurrección capilar de Oblak no es tal, sino un exceso de cardado. No nieguen que el suicidio no ha pasado por sus cabezas ante este panorama ¿Sí? Normal, claro.



Visto lo visto –y lo que te rondaré morena a lo largo de la semana que viene–, no sería de extrañar que el Atleti se presentase a plantar cara en ese estadio que parece una penitenciaría sin entrenador, sin utilleros y con solo cuatro o cinco jugadores del primer equipo en disposición de saltar al campo. Por supuesto, los pocos que pudieran comparecer lo harían sin ganas, solo animados por el hecho de que en algún lance afortunado que protagonizaran les convirtiera en objeto de deseo del rival. Todo el mundo sabe que todos los futbolistas, técnicos y hasta mecánicos de lavadoras con exceso de cal, desde bien pequeños lo que ambicionan es jugar en el equipo de la camiseta descolorida. Como debe de ser.  

Tal vez no nos hayamos dado cuenta antes del avanzado estado de descomposición de nuestra escuadra por esa milonga del partido a partido o por otro camelo parecido. Nosotros siempre tan desenfocados, intentando colarnos en fiestas donde no somos bien recibidos y no teniendo visión. Será por eso que somos incapaces de detectar la campaña de acoso y derribo al que se ve sometido el constructor y ser superior a tiempo parcial que rige los destinos del club Emirates. Lo que decía antes, unos inconscientes.


En cualquier caso, llegados a este último párrafo y habiendo dejado toda la ironía y el sarcasmo de los anteriores aparcados en un paragüero de diseño, yo que ellos no estaría confiado. Por más que vaticinen apocalipsis colchoneros, por más que se llenen líneas anunciando el desguace de nuestro equipo, al césped del próximo derby saltarán once hombres vestidos con camiseta rojiblanca. Sean quien sean, yo que ellos, me andaría con cuidado. Por si acaso. El que avisa no es traidor. 

jueves, 18 de febrero de 2016

Fernando y la duda

Artículo publicado en ctxt.es: http://ctxt.es/es/20160217/Deportes/4294/Fernando-Torres-Atletico-de-Madrid-idolo-La-Colchoner%C3%ADa.htm


Dudar de Fernando Torres debería estar castigado por el código penal. Así, sin tibiezas. La duda, de manera inexplicable, siempre le ha acompañado a lo largo de su carrera. En su caso parece no importar el palmarés. Se soslayan, si hace falta, todos los títulos individuales y colectivos recolectados desde su eclosión, cuando acababa de guardar su infancia en un cajón lleno de sueños por venir. Sus cifras goleadoras se tildan de insuficientes, sus méritos se banalizan, formar parte de equipos que se recordarán se antoja casual cuando se analiza su participación. Vaya donde vaya, haga lo que haga, a su lado siempre parece emerger la duda, afeando un cuadro que a todas luces es bellísimo.

Si el aficionado al fútbol en este país tuviera que elegir dos momentos, dejando las competiciones de clubes a un lado, seguramente elegiría dos goles. Uno en Viena y otro en Johannesburgo. Los protagonistas principales de esos goles, el propio Fernando e Iniesta, son recibidos y despedidos de la mayoría de estadios patrios de manera muy distinta. Raro es el campo del que el manchego no sale ovacionado, más raro todavía es encontrar un recinto del que Torres se marche entre tímidos aplausos. Quizás el seguidor medio se muestra intimidado ante la presencia de esa duda, desdentada y contrahecha, que permanece al lado de nuestro nueve incluso cuando abandona el rectángulo de juego. Tal vez por ello, además de porque recordamos aquel pasado mucho más reciente de lo que parece en el que su presencia era el único motivo para no caer en los brazos de la desesperanza, cuando Fernando comparece en el Calderón el aire se carga de una electricidad especial. Solo con entrever su rubio cabello, sea dentro o fuera del campo, las emociones se disparan. Es nuestro y nosotros somos suyos. Sin fisuras. No hay sombra de esa duda paticorta y desfigurada que tan patente se hace lejos del Manzanares y, si la hubiera, viene de la mano de algún desmemoriado que merecería pagar su sacrilegio siendo galardonado con un pase anual ilimitado al tour de Concha Espina o tortura semejante.



La ausencia de la duda cerca de nuestro estadio tiene una explicación geográfica. La duda fue parida algún kilómetro más al norte. Castellana arriba, para ser más precisos. La duda nació de un rencor, del despecho ante la negativa de Fernando a mudarse de acera. La duda, que tuvo la suerte de estudiar en los mejores colegios –poderoso caballero es su progenitor–, fue creciendo alimentada por el resentimiento de quienes no acostumbran a recibir calabazas. Tanto pábulo se le ha dado, tanto se ha consentido a esa duda cejijunta y con orejas de soplillo que llegó a creerse merecedora del derecho de juntarse al Niño sin besar por donde pisara, que es lo que debería.


Decía León Felipe que en un mundo injusto el que clama por la justicia es tomado por loco. A estas alturas de la película, somos varios miles de locos a los que nos parecería cabal un tratamiento distinto para Fernando. Aun así, conscientes de las pocas posibilidades de la empresa, casi disfrutamos viendo a otros describir y pregonar las supuestas virtudes de esa duda indigna y corcovada. Ninguno de nosotros la ha visto nunca. Cuando miramos a Torres vemos al mejor delantero centro que el balompié de este país conoció. De eso no cabe ninguna duda. 

miércoles, 10 de febrero de 2016

Los ídolos del Atleti

Artículo publicado en Ctxt.es: http://ctxt.es/es/20160210/Deportes/4141/Fernando-Torres-gol-cien-idolo-aficion-Atletico-de-Madrid-La-Colchonería.htm


Los ídolos, en el Atleti, no lo son porque hayan marcado cien, noventa y nueve o cinco goles a lo largo de sus carreras. Los ídolos del Atleti no cuentan los goles que han metido sino lo que significaron. Los ídolos, en el Atleti, no piensan en cómo van a celebrar esos goles de antemano, simplemente expresan su alegría como les sale de dentro, sea haciendo una especie de salto de la rana en blanco y negro o sea postrándose para besar el césped del Calderón, que es un césped con un aroma inigualable. Los ídolos, en el Atleti, tampoco son los más guapos, aunque a nosotros nos lo parezcan. Los ídolos del Atleti no necesitan señalarse el escudo a la mínima de cambio porque el escudo lo llevan por dentro, justo al lado del corazón, que es rojiblanco, por cierto. Los ídolos del Atleti no acaparan portadas, no marcan tendencia a la hora de elegir peinado y no tienen cuentas en las redes sociales desde las que elevar a suceso cualquier minucia de su rutina diaria. Los ídolos, en el Atleti, si se van no se van del todo y a la más mínima oportunidad lo demuestran. Los ídolos del Atleti no se quitan la camiseta por narcisismo y si lo hacen, siempre hay una buena razón que los justifique, porque a los ídolos, en el Atleti, les duele desprenderse de la camiseta. Los ídolos del Atleti no son cualquier cosa.



Los ídolos, en el Atleti, se cargan a un equipo en derribo sobre sus escuálidos hombros de adolescente. Los ídolos del Atleti le afean a un cuarto árbitro que pise el escudo del equipo de sus amores. Los ídolos, en el Atleti, guían a sus compañeros hacia una remontada con el menisco roto y se retiran en camilla doloridos, pero llenos de orgullo por el trabajo cumplido. Los ídolos del Atleti son humildes, restan importancia a las cosas que realmente no son importantes y se sonrojan cuando se les sienta enfrente alguien que glosa justamente sus hazañas. Los ídolos, en el Atleti, se paran pacientemente para firmar autógrafos a los niños que ahora están en la posición en la que antes estuvieron ellos. Los ídolos del Atleti, son pecosos o tienen bigote. Los ídolos, en el Atleti, no atienden a modas y se dejan las patillas más anchas, casi de hacha, y no cambian de montura de gafas a no ser que se rompan. Los ídolos del Atleti saben que el esfuerzo no se negocia y por ello, cuando les entrevistan tras un partido, están empapados en sudor, despeinados, con el rostro desencajado por el sacrificio. Los ídolos, en el Atleti, no se enfurruñan pese a no ser tratados por los medios como merecerían. Los ídolos del Atleti nunca se fueron. Los ídolos, en el Atleti, consiguen en cuarto de hora sobre el campo que una afición rejuvenezca quince años de golpe a base de encarar a los rivales y de exhibir, nunca perdida, esa potencia atisbada en aquella tarde de Albacete que nos sirvió de única tabla de salvación durante tanto tiempo. Los ídolos del Atleti se quitan la camiseta, con dolor, para acordarse del que les brindó su primera oportunidad. Los ídolos, en el Atleti, se eligen mejor que en cualquier otro sitio. A ser ídolo del Atleti no se llega de casualidad. Nunca un cualquiera pudiera ser ídolo en el Atleti. 


¡Qué gusto ser del Atleti y tener los ídolos que tenemos!

lunes, 8 de febrero de 2016

El adiós del delantero borroso

Artículo publicado en La Vida en Rojiblanco: http://www.lavidaenrojiblanco.com/opinion/el-adios-del-delantero-borroso/

Ya desde la primera vez que se enfundó la rojiblanca, a Jackson me refiero, le vimos desenfocado, borroso incluso. Sirvieron entonces como excusas la adaptación a otro fútbol, que siempre es muy socorrida, y el Profe Ortega, ese sistemático despachador de agujetas. Ni mirando debajo de las alfombras del frente de ataque aparecía aquella agilidad felina ni ese romance con el gol que, a ritmo de bachata, se prometían. Algunos apuntaron también como atenuante la disputa de la Copa América, competición a la que se acusa de casquivana a las primeras de cambio por disputarse de madrugada. Puestos a exculpar, valía casi todo. Sabido es que en verano las preocupaciones quedan ocultas tras varias capas de crema solar de protección treinta.

Tras una pretemporada brumosa comenzó lo serio y, entre la más absoluta nadería, Jackson dejó un gol esperanzador en el Pizjuán. Un gol de jugador caro. De asesino preciso, de delantero totalmente alejado a la turbia imagen que el atacante había dejado hasta la fecha. A pesar del margen que le otorgó aquel remate, la afición seguía viéndole desdibujado en cada nueva oportunidad que Simeone le daba. Cientos de aficionados rojiblancos pidieron cita en el oculista, acongojados, para revisarse la vista. No era posible que al resto de sus compañeros, con sus más y sus menos, se les distinguiera nítidamente tanto en el campo como en retransmisiones televisivas y a Martínez se le percibiera como a través de una nebulosa, un poco como a Sara Montiel en sus películas.

Los encuentros se sucedían y Jackson agotaba su crédito y las paciencias ajenas a base de indolencia. Ni un reproche recibió de colegas de vestuario ni de equipo técnico. No existía atisbo de disidencia a la hora de mostrarse totalmente involucrados en la cruzada de salvar al sudamericano de esa imagen turbia que uno distinguía al posar la mirada en sus carnes morenas. Para el recuerdo quedará la celebración que todos sus compañeros le regalaron tras lograr su primer y único tanto en Europa. Dio igual que éste fuera desde el suelo, de rebote y a un equipo asiático. Se festejó el gol como si hubiera valido un título, un billete a una noche interminable con escala en Neptuno. El colombiano recibía los abrazos, parecía que aliviado, y aún entonces los que se fijaron en él notaron que su figura seguía estando difuminada.



Lo que pareció el comienzo de una gran amistad, la de Jackson con el gol y la de la afición con el punta, se tornó en una mayor decepción a medida que los partidos discurrían. Al fijar los ojos en Martínez uno notaba un velo que impedía verle de manera transparente. Sus propios compañeros, empecinados en otros momentos en buscarle, repararon en que el nueve llamado a ser la referencia de este año comenzaba incluso a perder color. El delantero cafetero, ya totalmente descafeinado en esos momentos, se había convertido en alguien invisible. Minutos y horas sin influir en el juego, sin pisar el área con algo de sentido, sin hacer algo de provecho para el equipo lo atestiguaban. La grada, con el aguante ya a la altura de la entrepierna, empezó a acompañar cada una de sus intervenciones con el típico runrún que los jugadores de los que poco se puede esperar siempre llevan como sombra. El atacante, para aquel entonces, respondía en cada comparecencia con otro esperpento y había conseguido transmutar la agilidad felina del envoltorio con el que se compró en impotencia de gatito doméstico al que le han quitado las uñas. Al dolor se encomendó el punta, al provocado, más concretamente, por un golpe en el tobillo que tardó en sanar lo que un fractura. No hubo nadie que echara de menos su difusa apariencia mientras convalecía. Pobre Jackson.


En los últimos días de Jackson entre nosotros, daba casi un poco de pena mirarlo. Su cara estaba totalmente pixelada, como la de los menores que salen en las revistas del corazón y otras vísceras. Por ese motivo, tal vez no tocó un balón en los minutos que Simeone le regaló como último salvavidas en el partido contra el Sevilla o no apareció cuando las cosas se pusieron feas en la eliminatoria del Celta. Se entiende su ostracismo sin embargo, no debe ser fácil tomar la decisión de sacar al campo a alguien sin tener claro si es un rematador o la hija pequeña de Fran Rivera toreando al natural. Su historia finaliza sin previo aviso. Estaba asumido que para distinguir al atacante tendríamos que achinar los ojos de aquí al final de temporada cuando Martínez se nos marcha. En su nuevo destino le verán mejor, los ojos vienen rasgados de fábrica. Pese a todo, miro y remiro la foto de su anunciación al lejano oriente y le sigo viendo borroso. Distingo sin dificultad al chino que está a su lado, eso sí, pero la cara de Jackson sigue estando difusa. Lo mismo es que le fichamos como delantero goleador y resulta que era un hijo secreto de la Pantoja. Todo se verá, pero lejos de aquí, por caridad. 

miércoles, 3 de febrero de 2016

Bellas derrotas

Artículo publicado en CTXT: http://ctxt.es/es/20160127/Deportes/3983/Atletico-de-Madrid-FC-Barcelona-Luis-Filipe-Godin-Undiano-Mallenco-arbitraje-La-Colchoner%C3%ADa.htm


A la derrota y a la muerte, una vez asumimos su condición de inevitables, se les debe exigir un escrupuloso respeto por la estética. Dicho esto de antemano, recuerda uno pocas derrotas tan lindas como la que el Atleti cosechó el fin de semana pasado. Fue una derrota completa. Redonda. Una derrota de sabor mucho más agradable que cientos de victorias. Una gran derrota que nos mandó a nuestro cuarto, sin cenar, a los que en ocasiones abrazamos el resultadismo como manera de vida. El pitido final nos dejó maltrechos y vencidos, pero orgullosos. Fue una derrota guapa a rabiar.

Ayudó, seguramente, que la derrota tuviera como escenario ese campo que desde hace tiempo se ha erigido en referencia del gusto futbolístico. Cuestión de etiquetas. Uno piensa que desde que los emiratos ofrecieron a Xavi un retiro sin retirada, el fútbol que se ve en ese estadio se ha afeado notablemente, pero es complicado para los que encasillan cambiar de registro. Las etiquetas, las preconcepciones que la mayoría traen de casa fue una de las dos únicas cosas que le sobraron al encuentro. La violencia, ese injusto sambenito que acompaña nuestros actos desde que el Atleti decidió colarse por la gatera en los salones de tapices donde se reparten los títulos, volvió a sobrevolar las crónicas y comentarios posteriores al choque. Por fortuna, la gente del fútbol no piensa de esa manera. De Luis Enrique, entrenador al que todo el zen del que Guardiola dejó impregnado su banquillo le tira de sisa, no sé si podemos asegurarlo. Él se lo pierde.



La otra cosa que sobró fue el colegiado. No seré tan previsible como para discutir la expulsión de Luis Filipe. La roja fue tan justa como la entrada reprochable, dado el lugar en el que dejaba al equipo. El lance, además, tuvo algo de comprensible dentro del contexto al que el árbitro, con precisión de croupier repartiendo cartas marcadas, había llevado el partido. Digo que fue el trencilla quien llevó al partido a ciertos terrenos y digo bien, no fue el rival pese a que éste se mostró inmisericorde ante los pocos desajustes en que los nuestros incurrieron. El navarro administró justicia con el papel memorizado de antemano. Sabiendo qué y a quién. Mitigando a base de tarjetas amarillas el insultante dominio que los de rojo y blanco ejercieron en los primeros minutos de juego. Los libros de historia reflejarán que expulsó a dos jugadores expulsables y que sacó el partido adelante. Mentirán. No hace falta inventarse penaltis para perjudicar los intereses de uno de los contendientes. Mal Undiano, mal.


Pese a todo, les comentaba antes que la derrota fue preciosa. Encerrar en su área de principio al líder de la liga, a un equipo a cuyas estrellas se las conoce por sus siglas en tertulias deportivas y casas de comidas, tiene su aquel. Hacerlo además en medio del temporal y jugando con diez, tiene un mérito innegable. Constatar que, cuando el choque desembocaba en un descuento insuficiente –otra vez Undiano, diligente–, una falta lateral a ejecutar por un equipo mermado –nueve hombres–, provoca escenas de pánico entre jugadores, técnicos y hasta varios notables de la política catalana que, dada la ocasión, dejaron el procés aparcado en zona de minusválidos, no tiene precio. Salió el Atleti reforzado en la derrota tras unos partidos que sembraron ciertas dudas. Todas ellas se disiparon en el Nou Camp. Debería ser delito dudar de este grupo y del que maneja el timón. Volvió a demostrarse que el Atleti sabe perder como nadie. Esa manera de perder, que cantó Sabina, hace que el aficionado rojiblanco sea el único que le sonríe a la derrota de la misma forma que riega de lágrimas sus triunfos. No lo confundan con la tontería esa de los sufridores ni otras zarandajas. Se trata de que solo el Atleti es capaz de pintar en su lienzo derrotas tan bellas como la del pasado sábado. 

martes, 2 de febrero de 2016

Dos símbolos

Artículo publicado en La Vida en Rojiblanco: http://www.lavidaenrojiblanco.com/dos-simbolos/

Dos símbolos. Sentado uno frente al otro. Dicen las crónicas que había un testigo, pero su presencia, presidida por ese torvo apéndice nasal, siempre está de más. Aquí también sobraba. Los dos se miran a los ojos. Se dicen lo que tienen que decirse, conscientes de que en la iconografía atlética son mucho más que dos hombres que conversan. Hablan directamente, huyendo de los manoseados lugares comunes. Prescinden de formalismos y de convenciones. En momentos así no hacen falta. Afean la estampa, incluso. Son dos hombres nada más: Diego Pablo y Fernando. Fernando y Diego Pablo.

Compartieron vestuario siendo jugadores. Uno volvía del largo viaje de su carrera como futbolista y el otro echaba a volar con todo el futuro por delante. Uno estuvo presente en aquel triunfo que se marcó en nuestras almas, cuando nos hicimos mayores borrachos de doblete y el otro heredó un equipo en derribo. El Niño pecoso intentó tapar las innumerables vías de agua de una nave que naufragaba y se convirtió para todos en el único bote salvavidas al que agarrarnos para no ahogarnos en mediocridad. Años después, el destino y sus voluntades les volvieron a juntar. Ésta vez como entrenador y pupilo.



El nuevo encuentro les retrata a uno consagrado en su papel de apóstol del colchonerismo y al otro como al nunca olvidado hijo pródigo que retorna. El técnico que nos devolvió a esos lugares que habíamos dejado de frecuentar y el delantero que cada vez que celebraba uno de los innumerables títulos encontraba una excusa para acordarse de los que son sus colores. El jugador que lo había ganado todo volvía para ponerse a las órdenes del entrenador con el que volvimos a aspirar a ganar todo. El destino a veces se pone caprichoso.

Dos símbolos. Se sentaron el uno frente al otro y hablaron. Se desnudaron con palabras y ambos reconocieron en el otro interlocutor los mismos tonos en rojo y blanco. Apostaría sin temor a equivocarme a que los dos dejaron a un lado sus intereses más personales para pensar en el bien común. Seguramente se dijeron alguna que otra frase bien afilada. Probablemente hubo momentos de dolor. Es lo que tiene cuando uno se sienta a hablar con alguien mirándole a los ojos. Desde que se conoció la existencia de esa charla entre ellos, andan los medios y las redes pergeñando y figurando. Imaginando lo que fue. Los hay que reclaman conocer en profundidad el contenido de esa conversación. Les confieso que yo no quiero saberlo. Deseo que esas palabras queden siempre entre ellos. Son dos hombres nada más: Diego Pablo y Fernando. Fernando y Diego Pablo.