Toma 1.
Plano corto. El actor protagonista de nuestra portería se rompe y hace una seña
al banquillo. No puede seguir. Miles de jovencitas que beben los vientos por el
cancerbero que ni cuando se revuelca en campos de barro se mancha el terno
suspiran acongojadas. Emerge del banquillo Oblak con pinta de despistado, con
aspecto de haber estado a punto de echarse una cabezadita en el banquillo. El
actor secundario calienta apresuradamente y oye sin escuchar las últimas
instrucciones. El Calderón, escenario que para la ocasión luce con una belleza casi
dolorosa, arranca a gritar el nombre del esloveno adoptándolo definitivamente
para la causa. Jan saluda tímidamente al llegar al arco e intenta hacer
demasiadas cosas a la vez: estirar los brazos, ajustarse los guantes, marcar
referencias en el césped. Sabe que está ante su gran ocasión. El destino le
brinda la oportunidad de acallar las dudas, de echar una palada de tierra sobre
el debate de los millones pagados por calentar banquillo, de olvidar aquel
disparo que se medio comió en Atenas. Pese a todo, uno sabe que lo hará bien. Lo
dice la media sonrisa que asoma en su rostro anguloso de boxeador aficionado…
Toma 2.
Plano largo. El intérprete que deslumbra en las grandes producciones bordando
papeles llenos de aristas y desespera cuando caracteriza a los personajes más
planos se colocó al borde del área. Esta vez no se suma al remate como hace casi siempre. Queda a la espera del rebote anhelado. Tras varios dimes y diretes cae
el balón a Cani y éste, en la única acción que quedará para el recuerdo de su insípida
actuación, le cede el balón de la misma forma que los buenos subalternos le
ponen el toro en suerte a los matadores indolentes. Mario chuta con más fe que
puntería pero ya desde que el balón sale de su bota el espectador sabe que algo
va a pasar, que este chico que nos saca de nuestras casillas por blandito y
poca sangre en la mayoría de las citas
ha nacido para brillar en estas ocasiones. El balón, que sabe todo esto que les
estoy contando hace por impactar con el pie de un rival que pasaba por allí
para irse a las redes, que era lo que tocaba. Mario corre hacia el fondo para
celebrar uno de los pocos goles que se le recuerdan y uno sabe que volverá a
llenar el vaso de la paciencia propia para con él. Escenas así hacen que se le
perdone casi todo...
Toma 3.
Plano corto. Simeone finalmente se decide por él. Por eso es el hijo pródigo.
Por eso es el deseado. Por eso tiene el palmarés abarrotado de títulos y galardones.
Se retira al fin Mandzukic. Deja en el terreno la piel y la salud que ha
vertido desde que en los inicios de la segunda parte pareciera haberse rendido.
Sale Fernando y la afición vuelve a inflamarse. Suma la grada algún que otro
decibelio al altísimo nivel acústico de toda la noche. Torres no podía faltar a
esta cita. Volvió para jugar partidos así. Encuentros de los que no tuvo la
oportunidad de disfrutar en su primera etapa, aquella oscura etapa en la que
él, siendo solo un adolescente, tenía que tirar de un carro lleno de lastre...
Toma 4.
Plano largo. Plano corto. El plano que al señor le salga de las narices, vamos.
Cuando las piernas fallan. Cuando parece que el enemigo, que pasa toda la noche
prometiendo mayor amenaza que la que realmente atesora, sube un escalón en su
ambición, llega él y enfría con su insultante talento cualquier amago de
sofoco. Sus compañeros lo saben. La afición también. Si los organismos
entran en déficit de oxígeno, si cuesta recuperar el resuello, denle el balón a
Arda, que él siempre sabrá qué hacer con él. El turco vuelve a parar y luego
arranca. Pisa la pelota o la acaricia con la puntera. Congela el juego otras
veces con ese botón de pausa que solo él y muy pocos más jugadores en la
historia parecían dominar. La gente enloquece con sus filigranas, con sus
fintas y con esa suerte que el otomano domina como nadie: la del rebañe del
balón al adversario que confiado piensa que ya le ha dejado atrás. Dos veces se
lanza a rebañar y dos veces roba el balón y aún es capaz de cambiar el balón de
pierna con mayor rapidez de la que nuestros ojos pueden captar para terminar
con una ruleta pisando el balón. No hay nadie con tal dominio del juego como
Turan, digan lo que digan las mamarrachadas de votaciones que por el mundo se hacen...
Toma final.
Plano corto aderezado por unos nervios espaciosos. Unos nervios de tres
dormitorios, armarios empotrados, plaza de garaje y zonas comunes. Todos nuestros
protagonistas se reúnen en la escena que servirá de colofón a la emocionante
producción, a esta película de suspense europeo de ida y vuelta. Paró el
primero de la tanda el actor secundario que parece se apropiará de la
titularidad en el arco. Marco su lanzamiento de manera irreprochable
el mediocentro esponjoso que se transforma en acero en las grandes citas y el
genio de Estambul no quiere mirar, solamente se arrodilla y reza. Ya solo
quedan dos lanzamientos. Uno para nosotros y uno para ellos. Allá va Fernando y
uno sabe que no va a fallar. Son muchos años y muchas batallas. Son muchas
bocas las que ha ido cerrando con el paso del tiempo. Presión debe ser su
tercer apellido. Presión es la que se depositó en los hombros de un niño pecoso
para hacernos salir del oscuro agujero aquel. Ahora les toca a ellos. Oblak se
coloca sobre la línea. Rezamos. Agarramos nuestras manos. Musitamos una
cancioncilla que incomprensiblemente se nos mete en la cabeza justo ahora. Nos
acordamos de los nuestros. De los que están y de los que no. Saltamos y nos
abrazamos. Gritamos y lloramos. Lo celebramos cerrando los puños o dando
vueltas por el salón para intentar no dejar escapar un grito que despierte al
niño. Los buenos ganan y esta competición nos devuelve el primer plazo de todo
lo que nos debe. The End…