Torres se
merecía este partido. Este mismo y no otro. Un guion diferente aunque hubiera
tenido un final supuestamente más feliz, más lleno de goles de autor o de
jugadas brillantes, no hubiera contestado a tantas preguntas como el partido de ayer. Aquel que se fue hace ya
demasiado tiempo empujado por las mentiras y las complicidades reinantes en un
Atleti que nadaba en el mar de la nada más absoluta, aquel que tuvo que
convertirse en cabeza de familia de la nave a la deriva cuando aún no asomaban
los primeros pelos de su barba volvió a enfundarse anoche la camiseta rojiblanca.
Lo hizo ante el rival con mayúsculas, enfrentándose a aquellos a los que negó
más de tres veces y decidió Simeone rodearle de compañeros que no siempre
llevan prendida la etiqueta de la titularidad.
Muchos
pensaron que el Cholo, maestro artesano de las contiendas que se dirimen en
eliminatorias a doble partido, apostaba su suerte al cero-cero en este primer
envite para fiar su destino al segundo asalto y erraron. Tras la dolorosa
pérdida del Sabio de Hortaleza, no queda nadie que conozca el fútbol y sus
recovecos, sus luces y sus sombras, como Simeone y muestra de ello fue lo que
se vivió en el Calderón. Torres, que tal vez estuvo algo ansioso y hasta
sorprendentemente reivindicativo en la protesta, pero ni mucho menos invisible, como fue el caso de un jugador eternamente postulado como
ganador de balones dorados que se otorgan al máximo goleador en partidos contra
rivales que luchan por evitar el descenso, recibió el mensaje alto y claro:
Ganamos a estos con los suplentes.
Fernando ya
lo sabía, pero ayer pudo meter la mano en la herida de este milagro. Vio,
aunque ya fuera creyente. Aquellos Atletis descafeinados, llenos de Patos
Sosas, Richards Núñezs y otras hierbas murieron hace tiempo por obra y gracia
del señor que se sienta (poco, por los nervios) en el banquillo. Aquellos
Atletis que servían de monumento al conformarse y a la mediocridad descansan en
paz sin ganas de que nadie venga a desenterrarlos. Aquellos sonrojantes Atletis
que intentamos olvidar sin demasiado esfuerzo, aquellos que daban lugar a que
un sector celebrara los goles recibidos en contra ante la mirada incrédula de
un chaval pecoso de Fuenlabrada al que le ardía el brazalete de capitán se han convertido en polvo. Ahora tenemos a este
Atleti enorme y preciso. Este Atleti que reescribe su dorada historia en cada
cita. Este carro acorazado que siembra las cunetas de vehículos para
chatarra por haber osado a cruzarse en su camino. A este Atleti ha vuelto Torres, a un
Atleti épico en el que prácticamente debuta un chaval de la cantera al que solo
los calambres le hacen humano, a un Atleti lleno de hombres que se pusieron la
camiseta a rayas por primera vez cuando eran niños llenos de sueños, a un
Atleti que domina todas las suertes y del que los más pequeños se aprenderán no solo
la alineación sino toda la plantilla de memoria.
Parecía
que, al finalizar el partido, Torres estaba un poco más contento que el resto
de sus compañeros y no era de extrañar. Tuvo que ser en esta primera cita de su
segunda etapa cuando por fin pudo mirar desde el lado del ganador al rival.
Además, reparó en lo poco, para bien, que se parece este Atleti a aquellos
Atletis que él vivió, los que deambulaban como muertos vivientes y pensó en la
de veces que habría merecido un partido así. Puede que también haya vislumbrado
un futuro triunfal, tal vez sin esa pesada carga, en ocasiones autoimpuesta,
que ha llevado encima desde que era poco más que un niño. El Niño.
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