lunes, 10 de diciembre de 2012

Atascada crónica del Atleti-Depor


De nada había valido el haber salido justo después de comer. Ahí estaban de nuevo. Primera, freno, punto muerto. Atrapados. Parados en el kilómetro cincuenta y siete con doscientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles. La radio hablaba de niveles amarillos en la circulación, sin duda refiriéndose al tono de tez que se extendía entre los conductores ante tal atasco. Es lo que tienen los puentes. Si no tuvieran estos finales y aquellos principios, tal vez serían demasiado perfectos para ser de verdad. Aquilino dormía profundamente. Cosas de las digestiones subsiguientes a un plato colmado de judiones de la Granja con su correspondiente repetición, un cuarto de cochinillo ronchón y unas cucharadas de ponche segoviano, “No me lo como todo, no vaya a ser mucho”, había dicho él pretendiendo parecer comedido, manda güevos. Así, con g, que es más gráfico. Los niños empezaban a impacientarse tras la cuarta proyección de la película de Disney y lanzaban al aire las preguntas malditas: “¿Cuánto queda, mamá?, ¿Cuándo llegamos?”. Ella intentaba contestar sin dejar de concentrarse en el embotellado tráfico. Primera, freno, punto muerto. La radio repite que Tráfico recomienda el regreso escalonado ¿Cómo se escalona el regreso? ¿Quedo con el vecino y volvemos por turnos? ¿Se vuelve en orden de la fecha de nacimiento? ¿De la primera letra del apellido? ¿Del signo zodiacal? Eso estaría bien. Alivia saber que todos los conductores viven su enclaustramiento bajo la influencia del signo de Leo con ascendente Acuario. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente cincuenta y seis kilómetros y setecientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles.

Jugaba el Atleti más o menos a la hora en la que el puente se podía dar oficialmente por finalizado. Seguramente muchos todavía no habrían vuelto, atrapados en la consabida caravana por no saber escalonarse los muy ignorantes. Jugaban los nuestros ante el Depor al final de un puente que empezó ahondando en Europa la depresión postderby. Si en vez de puente, llega a ser viaducto, algún aficionado de poca personalidad se hubiera tirado ante las lecturas vertidas sobre el estado del equipo. Si hace cuatro meses, mes arriba o mes abajo, alguien nos hubiera dicho que estaríamos vivos en Copa y en Europa y segundos en Liga, con una ventaja de cinco puntos sobre el autoproclamado mejor equipo del mundo, la galaxia y constelaciones sin vida inteligente, hubiéramos invitado a ese profético alguien a una semana en un hotelito con encanto de Torrevieja en régimen de media pensión por lo menos. Nos ha hecho subir el nivel de exigencia este Atleti de esta temporada, lo que es bueno. No nos debería hacer perder la perspectiva, lo que sería malo.

Salió el Atleti algo atascado, no sabiendo escalonarse en el trayecto hacia la portería de Aranzubía. Pretendía llegar al destino prendido de Diego Costa y sus desmarques, lo que a efectos circulatorios se traduciría en un camino lleno de tirones, choques por alcance y usos excesivos del embrague. Sin ánimo de ser poco optimista, parece claro que el equipo ha perdido frescura en la presión y se muestra más prudente a la hora de exceder la velocidad del balón, seguramente sumido en un valle físico de esos que los preparadores miden con la precisión que da el cronómetro colgado al cuello. Amagó el rival más no llegó a inquietar seriamente, dejando aromas de equipo que pasará serios problemas. Decían los agudos comentaristas de gafa de pasta que el Depor echaba de menos en la creación a Pizzi, ausente ayer como consecuencia de la cláusula “arrieritos somos”, que tan de moda sigue estando entre los cedidos. Mal le irá al equipo gallego si debe encomendarse a ese mediapunta de mirada huidiza al que tanto valora, a pesar de las crisis y las estrechuras, nuestro equipo gerente.



Metió Costa, demostrando que su cabeza sirve para algo más que para sopesar durezas de frentes contrarias, un gol casi regalado por un portero que no salió y unos centrales que no encimaron y el partido cambió. Cambió como un embotellamiento cuando se abre un carril adicional, como cuando la Benemérita deja circular por los arcenes, que es algo que siempre hace mucha ilusión al que conduce. Más que por la fluidez de los nuestros, el partido se convirtió en una autopista de incontables carriles por cómo se averió el equipo herculino, muy flojo de moral y de argumentos futbolísticos. Llegó entonces el turno de Falcao, hambriento como urbanita que se desplaza a la típica casa rural. Se atracó el tío, vamos. Le hincó el diente con la misma voracidad al primer plato a pase de Koke, a un segundo de volea pinturera tras meritoria asistencia de un recogepelotas al que deberían ascender en el cadete en el que jugara, a un tercero de penalti autogestionado, a un cuarto en el que se jugó el físico y casi el químico y a un quinto de glotón redomado. No tuvo la falsa intención de dejarlo para otro momento, de decir que si eso dejaba algún gol para alguien más necesitado y hambriento, como Adrián por ejemplo, por si eran muchos cinco goles. Queda la hartura de goles para la historia y entra el colombiano en ella en plena digestión de tanto tanto, frase muy tonta y redundante pero que a servidor hace mucha gracia utilizar en una crónica, la misma que si usara, ¿usted no nada nada?, o, es que no traje traje.

Tras el partido queda regusto a goleada con mucha más pegada que juego pero alegra la llegada de un resultado de esta holgura para ahuyentar las dudas que pudieran haber asaltado a la parroquia. Uno, al que como antes les decía, este Atleti ha devuelto la exigencia que nunca debió perder, considera el resultado una vuelta al buen camino aún con ese bajón físico que se detecta, bajón en ciertos momentos preocupante en jugadores como Juanfran, al que sus amistades en la selección no parecen sentarle del todo bien. Termina el puente de mejor manera que empezó, lo que no era difícil y afrontamos la operación retorno con el estómago lleno de goles. Ojalá los hayamos poder digerido para lo que esta semana ofrecerá, que no es poco.

“¡Uy!, me he quedado algo traspuesto”, tuvo Aquilino la desfachatez  de decir tras dos horas y media de rebuznos en los brazos de Morfeo. “¡Qué tarde!, ¿Ha terminado ya el Atleti?”, preguntó. “Seis ha metido. Seis”, respondió ella estirando la espalda. Terminaba bien el puente. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente treinta y tres kilómetros y cuatrocientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles. 

4 comentarios:

  1. Uy, D. Emilio. Los atascos. Que desesperación.
    Uno que lleva casi 20 años en la carretera como aquel que dice, lleva los atascos como un mal del infierno. Últimamente prefiero dar un rodeo kilométrico si puedo evitar cruzar la capital en fechas de riesgo de operaciones salida/entrada. Se conocen sitios, se descubren restaurantes y se pierde el tiempo en cosas provechosas. Como conducir, por ejemplo.
    En cuanto al set al pobre Depor, ¿qué decir?. Una orgía de goles ante un débil equipo gallego que no demuestra nada. Bueno si, que Falcao es un goleador superlativo que rodeado de buenos futbolístas hará historia aquí o donde no diga Punto Pelota.
    Al final van a conseguir que baje a ver un partido al Calderón, que lo voy necesitando.

    Buenos dias.

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  2. Muy débil el Depor, sí. La goleada sirve en mayor medida para celebrar el tema personal del colombiano al que debemos empezar a desacostumbrarnos que para subir la moral de las huestes y sacar conclusiones más sesudas.

    Buenas tardes...

    PD: No sea mezquino con sus horas de sueño, y menos para ver Punto Pelota...su salud se lo agradecerá...

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  3. No se preocupe usted, D. Emilio, mis horas de sueño no se envilecen con tales folletines. Lo que pasa es que es difícil que no te hagan llegar a los oídos los rebuznos cuando estás rodeado de burros, ya sabe usted...
    Yo para mi sueño soy mas clásico aunque sin llegar al pijama de cuadros que apunta D. Carlos Fuentes en su blog...

    Buenos dias...

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  4. Inundados de burros estamos, Don Carlos. Y en todos los estamentos de la sociedad, no crea....Sin ir más lejos, si alguien osara a darse un garbeo por la (in)noble zona del Calderón, se sentiría transportado a la reserva natural del burro de Rute (aunque sin ese gracejo que tienen los animales que moran allí, claro)

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