jueves, 27 de diciembre de 2012

¡Si me queréis, irse...!


Hace pocos días tropecé con una de esas imágenes que todos tenemos metidas en lo que los más finos llaman la memoria colectiva. Asomó así, como de casualidad, escondida en un programa de esos que copia, corta y pega vídeos a troche y moche. Un espacio resumen de fácil digestión. Un pastiche que rellena tiempos muertos, un programa con vocación de sal de frutas entre comilona y comilona navideña. Un activador de recuerdos, un recordador de peinados con sobredosis de laca y de estilismos imposibles. Allí, entre las empanadillas de Móstoles, entre la falda de Bosé, entre Doña Rogelia, Macario y las Mama Chicho mostrando muslamen, apareció la imagen de la que les hablo.

Para que se pongan en situación, la imagen muestra una iglesia abarrotada, con gente colgada hasta de las lámparas, hasta los topes, vamos. En primer plano, Lola, en tonos salmón vaporosos. Lola, la única. A su lado Lolita, con cara de no enterarse muy bien de lo que pasaba, como si fuera un recién aterrizado mediapunta con poca llegada de esos que tantos se han presentado en nuestra casa, caídas de culo incluidas. Cerca también un novio, en este caso argentino, pero perfectamente intercambiable con otro que hubiera sido paraguayo o mejor letón, que no hubiera ocupado plaza de extracomunitario. Completa el cuadro el padrino, El Cordobés, luciendo para la ocasión sonrisa fronteriza con la esquizofrenia y despeinado académico. Dijo Lola en la víspera que todo el mundo estaba invitado al enlace, ¡que se casa mi niña, coño! Todo Marbella (¡qué casualidad!) le tomó la palabra y quiso asistir. La Faraona, micrófono en mano intentaba dispersar a la muchedumbre a su manera: excesiva y genial. Con sus innumerables grandezas y sus no pocas miserias (“si cada español diera una peseta para que yo no fuera a la cárcel”, soltó tan pancha cuando hacienda le quiso meter mano por debajo de la bata de cola defraudadora). Derrochando por arrobas ese arte que de ninguna forma heredó su sobrino Quique, el hijo rarito de Carmen, Lola, que era esa España, se dirigió a la multitud dejando para la historia una de las frases más gloriosas que uno recuerda:

– ¡Si me queréis, irse….!



Hace unos días también, servidor se tropezó con otro conjunto de imágenes de esas que ya se han instalado en la memoria colectiva del aficionado rojiblanco. Asomaron así, como de casualidad, formando parte de un programa resumen de esos que copia, corta y pega vídeos a troche y moche. Un espacio de fácil digestión que pretendía sintetizar los mejores momentos, que no fueron pocos, de la temporada atlética. Sirvieron para reavivar recuerdos, para volver a vivir. Allí, entre fotogramas de Bucarest y Mónaco, asomó la imagen de la que quiero hablarles.

Para que se pongan en situación, la imagen muestra a un Simeone que tras el pitido final de Bucarest, se echa a un lado. Los jugadores celebran y la afición enloquece pero él se aparta para reflexionar, para buscar un minuto consigo mismo. Pasan unos segundos y Cholo se dirige andando despacio a la grada donde ondean los colores rojiblancos y se queda mirando a los suyos, a los nuestros, con el mismo brillo en los ojos que teníamos todos en ese instante. Continuaba el reportaje discurriendo por todos esos momentos que él, principalmente él, nos ha hecho vivir. Se recordaban las victorias, las ruedas de prensa académicas, la templanza calibrada, la exaltación contagiosa y los guiños a la afición cuando proceden. Siempre con Simeone como gran protagonista del año. También salían los goles de Falcao, las diabluras de Arda, la reconversión de Juanfran, un Koke que parece haber crecido cuatro años en uno, la presencia del recordado Diego, sí, salía todo eso también, pero principalmente salía el Cholo. Cholo con toda la afición detrás, con él. Asomaban también por el resumen los dos que ustedes saben y sufren. Siempre con las declaraciones inoportunas, siempre con los papeles bien distribuidos, el enterrador bueno y el enterrador malo. Uno siempre hablando por hablar, con el chiste fácil por bandera. Otro, siempre ejecutando, con la venta y el desmontaje fácil de la institución por bandera. La misma ruina presente en este resumen y tantos como se han hecho desde hace un cuarto de siglo.



El que suscribe imagina cómo será el resumen del año que en breve empezará. Será, como de costumbre, un compendio de imágenes que uno desearía que se instalaran para siempre en la memoria colectiva atlética. Uno espera más victorias. Más títulos si son posibles. Uno espera seguir creyendo en este Atleti que le ha devuelto la fe pero, sobre todo, cree en Simeone y espera que siga a nuestro lado muchos años más. Los que él quiera o le dejen. Con sus cosas buenas y las malas, con sus muchas grandezas y esas miserias que todos tenemos y a él casi se le desconocen. Con sus celebraciones que algunos tildan de exageradas y con su dominio de los tiempos para con la grada. Eso sí, más que ninguna espera otra imagen. La de los enterradores habituales con las maletas en la mano. La de la certeza de haber extirpado el mal que comía la salud y el patrimonio. Uno visualiza la imagen con el Cholo en primer plano, detrás de él la afición, proverbialmente unida en torno a su figura. Completan el encuadre un grupo de jugadores sin esa tendencia pretérita a ser aves de paso. Jugadores de primera fila que quieren quedarse y a los que los que mandan no pretenden malvender. Entonces, solo entonces, Cholo, que más que saber qué es el Atleti, podría decirse que es el Atleti presente, toma el micrófono y, señalando la puerta de salida, deja para la historia colchonera una de las frases más gloriosas que uno recuerda:

– ¡Si me queréis, irse….!

lunes, 17 de diciembre de 2012

De nombres, sueños y pesadillas


Los nombres marcan. Normalmente para mal, todo sea dicho. Piensen ustedes en el momento en el que se le otorga un nombre a alguien. Una decisión tan importante en la vida de un ser humano se toma sin reflexionar, sin medir el momento debidamente. Pudiera ser que estando en el vientre de su señora madre, que no hay más que una, alguien decidiera que usted se iba a llamar Salustiano. Sí, ya sé que el nombre fue elegido por un trasnochado continuismo de la tradición familiar que remonta la existencia de Salustianos en su estirpe casi al medievo, pero, ¿y si usted sale enclenque y amante de la poesía asonante en los versos pares?, ¿cree que Salustiano es un nombre adecuado para usted? Salustiano es nombre de señor recio, de señor con manos grandes y dedos como morcillas de Burgos con el que normalmente no se puede bromear so pena de que te deje marcados esos proverbiales dedos en los mofletes de una bofetada. Pudiera ser que, dejándose llevar por la emoción del momento, sus progenitores decidieran que su gracia iba a ser Genoveva con ánimo de apocoparla para llamarla coloquialmente Veva, que es un diminutivo muy pinturero. Usted se pregunta a día de hoy qué narices hará llamándose Veva mientras cuenta el número exacto de sardinas que debe llevar cada lata que pasa por delante de sus ojos en la cadena de montaje de la conservera y decide, con buen criterio, que Veva es un nombre más adecuado para una señora que toma el té en un café con muchos espejos. “Veva es un amor. Es ideal”, dicen sus compañeras de bridge haciéndose heridas en el labio inferior al pronunciar Veva como solo saben pronunciarlo las que han tenido servicio desde su más tierna infancia. Los nombres deberían tener una revisión. Probablemente deberían renovar su vigencia a partir de los once años más o menos. Para entonces, uno ya tiene que tener claro si el nombre le pega o no y podría cambiar a otro que se ajustase más a su idiosincrasia. Ya sé que este alegato no será tomado debidamente en cuenta por las autoridades ni por los padres y madres del futuro, pero ya saben, está en su mano poder cambiar el destino de sus púberes, porque usted, sí, sí, usted, el del paraguas verde, ha marcado sin saberlo el futuro de sus gemelos llamándolos Fabio y Aldo, ya que, salvo que se dediquen en cuerpo y no tanto en alma al cine porno, no llevarán unos nombres adecuados para pasearse por la vida.

Jugaba el Atleti en Barcelona y se esperaba un duelo acorde a la prestancia de los dos equipos que comandan la clasificación de esta liga nuestra con más nombre que emoción. La prensa esperaba el partido agazapada, sin esas alharacas que acompañan ciertos otros partidos en los que uno de los contendientes era nuestro rival de ayer, y nosotros esperábamos esperanzados a que este Atleti que tanto nos hace recordar otros tiempos lo corroborara poniendo su nombre tan alto como siempre estuvo. Salió el Atleti de gala y salió el rival con uno de esos tres o cuatro trajes de ceremonia que tiene para poder lucir en ocasiones como estas, cosas de la igualdad de la competición. Se plantaron bien los nuestros. Con las líneas juntitas y mucha mala idea en la mirada. Mareaba la perdiz, como es menester, el equipo rival y salían los nuestros con presteza al contraataque. Se veía cómodo al Atleti y algo atascado al equipo que dicen es más que un club, incapaz de conectar con su gente de arriba. Un palo y un control algo largo preludiaron el gol rojiblanco. Salió Falcao como una flecha tras meritorio robo de Diego Costa y se plantó en el área para definir con esa maestría suya que aparece siempre que huele sangre o red rival. Jugaba el Atleti, inquietaba e intimidaba y uno se frotaba los ojos ante el repaso que los de rojo y blanco estaban recetando al equipo plebiscitario por excelencia. Los hubo incluso que, de tan bien como veían al Atleti, se olvidaron de salvar las distancias existentes y creyeron ver en una jugada en banda un regate descomunal y pocas veces repetido de nuestro director deportivo al tío de Rafa Nadal. Los hubo que recordaron cuatro goles como cuatro soles de Pantic y los hubo que rememoraron una cabalgada de un niño con pecas que burlaba en su salida al meta rival. Treinta minutos con el nombre en todo lo alto. Treinta minutos para soñar.



Andábamos todos soñando a la vez, degustando de nuevo imágenes con sabor a victoria de solera, cuando un cubo de agua fría desde fuera del área nos despertó de mala manera. Tras ver varias repeticiones, uno no acaba de saber si la culpa del gol se la debe de echar a los de la banda izquierda, a un portero quizás algo adelantado o simplemente debe asumir que a veces los hados, los astros o la puta que los parió decide que un balón vaya donde casi nunca va. Justo en ese momento, tras el gol, el Atleti, que había salido a afrontar el partido con un nombre sonoro y rimbombante, decidió ponerle un diminutivo a su nombre. Decidió empequeñecerse y echar quince metros para atrás las líneas que se habían mostrado prietas hasta ese lance, probablemente considerando el empate como un resultado suficiente. El Atleti, que salió polisílabico y contundente, se quedó en un apodo terminado en "in", como si fuera más chico de lo que es.

Volvió el Atleti de los tumultos en área propia mal resueltos, volvió el Atleti que perseguía rivales sin convicción. Decidió el equipo cambiar su nombre a mitad del partido y lo cambió para mal. Todos los que habían dejado volar la imaginación para recordar gloriosas lides pasadas despertaron sin saber muy bien cómo llamar al Atleti de los últimos sesenta minutos, lo que probablemente no sea más que un necesario ejercicio de realismo. Sesenta minutos con el nombre equivocado. Sesenta minutos de pesadilla. De esas pesadillas de las que uno despierta empapado en sudor y dolorido, justo como si hubiera recibido una bofetada de alguien con manos grandes y dedos como morcillas de Burgos. Una bofetada de Salustiano, vamos…

jueves, 13 de diciembre de 2012

De horarios, equipos que caen medio mal y delicias turcas


–…¿y a mí qué con lo de que te lleves la bufanda? A estas horas un miércoles solo sale a la calle gente de mal vivir y poco orden, Lucio.

– Mujer, son cosas de los derechos televisivos y de los horarios.

– Pues le dices al que los ponga que estos horarios son de ir a la whiskería, no de eliminatorias de Copa, por mucho que éstas sean a doble partido…


Jugaba el Atleti la ida de su eliminatoria de Copa a deshora, en un horario puesto a traición. En un horario que invita al brasero y a taparse con el faldón de la mesa camilla, no a salir de casa para pasar frío. Seguramente los prebostes del balompié patrio dirán muy serios que estos horarios sirven para estratificar los públicos objetivos a los que el producto debe impactar u otras frases igual de peregrinas aprendidas en un máster de marketing por correspondencia certificada. Se oye decir que si la saturación de partidos, que si los virus FIFA y que si debiera haber fútbol en navidad porque es una cosa muy inglesa, no tanto como el fish and chips, pero cerca le anda. Uno casi agradece que las preclaras mentes que rigen los designios del balón no programen encuentros en navidades evitando así el riesgo de que pongan un Balompédica-Calvo Sotelo a las 22 horas del día 24 o un Montañeros-Puerta Bonita a las 23 del día 31, eso sí, repartiendo cotillón y uvas de la suerte al descanso. Lo cierto es que casi es mejor dejarles a sus cosas, a reclamar si la piedra en la que van a asar el lomo de buey está lo suficientemente caliente o a negociar si las gambas entran en el precio del menú degustación, cualquier otra pretensión sería peligrosa dada su tendencia a pensar con la misma parte de la anatomía en la que las avispas tienen su aquel, esto es, el trasero.

Salió el Atleti para enfrentar al Getafe y lo hizo frío, como la noche. Puso Simeone en liza al equipo titular menos Falcao, por problemas musculares, y uno se preguntaba si la poca gente que había en el estadio se debía al horario, al frío o a una masiva peregrinación de la afición al centro de salud más cercano para tratarse de urgencia los primeros síntomas de una galopante diarrea combinada con episodios de ansiedad por no saber el alcance del mal que aqueja al rematador colombiano. Empezó bien el Getafe, equipo que, probablemente sin motivo, a servidor le cae medio mal sin tener claro si es por la cantidad excesiva de mediapuntas o de extramposos que moran en su plantilla. Pudiera ser también por las simpatías de su presidente por el equipo de las mocitas y el señorío, pero al cierre de estas líneas he podido descartar esa teoría al tener como claro contraejemplo a otro presidente, Enrique Cerezo, que es forofo del equipo Nessum Dorma sin suponer ello menoscabo para que el equipo que preside, cooperando necesariamente, me caiga requetebién.

Les contaba eso de que no salió mal el Getafe y es que en los diez primeros minutos salvó Thibaut I de Gante dos remates con mala idea a raudales de esos que complican eliminatorias. A esas oportunidades se sumó, confirmando que éste no parece su año, la lesión de Adrián, víctima de una torcedura de tobillo acaecida a mayor gloria de ese colegiado librepensador y contracultural que es Mateu Lahoz. Es curioso cómo el césped de los campos en los que pita el árbitro favorito de The Special K, se siembra de jugadores contusionados, doloridos y hasta violados (de manera dulce, claro), mientras el trencilla pasea sus principios de que el show debe continuar sin que haya faltas que lo afeen.

Se repuso el Atleti pronto, sí, y lo hizo principalmente de la mano de Diego Costa. Cuando Costa está centrado, cuando se dedica a sus regates con tropezón, a sus caídas atropelladas a banda y a sus arrancadas de toro encastado, es un jugador no sólo válido, sino casi imprescindible en una plantilla como la nuestra. Ayer se comportó así y completó un gran partido adornado por dos goles, uno de ellos de penalti, lo que pudiera usarse para valorar cómo maneja la relación con cierto tipo de jugadores de carácter más voluble el Cholo.



Con el marcador a favor se entonaron los nuestros. Hubo momentos de buen fútbol, no de buen fútbol de ese que tan de moda está que solo promulga el amasamiento cansino del balón y mirar más al porcentaje de posesión que al resultado, no. Hubo fútbol del que gusta a Simeone y a algún otro como por ejemplo al que suscribe: combinaciones eléctricas y salidas de balón rápidas, oportunidades y hasta un esperanzador mejor aspecto físico en jugadores a los que en partidos anteriores se veía cansados, como Gabi, Mario o Juanfran. Discurría el partido por cauces plácidos. Dominaba el Atleti y se desinflaba el Getafe a cada minuto. Y entonces, junto entonces, al excelentísimo señor Don Arda Turan le dio por destapar el tarro de esas esencias traídas del antiguo Bizancio que solo él atesora.

Cuando Arda toma el mando de las operaciones, pareciera que el campo se vuelca hacia su lado. Dicen los más creyentes de esa nueva religión ardaturanista que tantos adeptos congrega, que existen corrientes tectónicas a varios kilómetros de profundidad bajo la corteza terrestre que hacen que el Calderón se convierta en una cuesta debajo de derecha a izquierda que no es más que la continuación de la bajada de Pontones hacia Carabanchel. Aprovechando ese pendiente favorable empezó a sacar el turco su repertorio de gambeteos, taconazos y quites pintureros, casi siempre con Koke (una vez más, imponente) y Filipe como cómplices de su duende. Fue el lateral brasileño el que aprovechó un disparo seco del turco para afianzar la ventaja y aún hubo tiempo para un tercer gol, el segundo de Costa, para dejar encarrilada la eliminatoria.

Deja el Atleti los deberes hechos antes de las navidades en la competición de Copa, esa que tan bonita es cuando se llega lejos en ella. Deja el equipo buen pálpito antes de afrontar la salida al Campo Nuevo, en lo que será el choque entre los dos mejores equipos de nuestra liga, por más que pese a algunos. Deja a un Costa redimido tras sus chiquilladas anteriores. Deja la sensación de que los equipos a los que pasa por encima son más flojos de lo que realmente son, lo que debe ser contabilizado en el haber de los nuestros. Deja a un Koke colosal y a un Arda genial. Deja atisbos de la presión de inicio de temporada y deja a la afición caliente por dentro y helada por fuera como consecuencia de unos horarios que anteriormente intentaron enganchar al público asiático y en la actualidad buscan fidelizar al aficionado atlético de la Guayana Francesa. Deja bastantes cosas, la verdad.



– ¡Uy! ¡Qué pies más fríos! Anda Lucio, que vienes tarde y con mal recado…

– Mujer, es cosa de los horarios….

lunes, 10 de diciembre de 2012

Atascada crónica del Atleti-Depor


De nada había valido el haber salido justo después de comer. Ahí estaban de nuevo. Primera, freno, punto muerto. Atrapados. Parados en el kilómetro cincuenta y siete con doscientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles. La radio hablaba de niveles amarillos en la circulación, sin duda refiriéndose al tono de tez que se extendía entre los conductores ante tal atasco. Es lo que tienen los puentes. Si no tuvieran estos finales y aquellos principios, tal vez serían demasiado perfectos para ser de verdad. Aquilino dormía profundamente. Cosas de las digestiones subsiguientes a un plato colmado de judiones de la Granja con su correspondiente repetición, un cuarto de cochinillo ronchón y unas cucharadas de ponche segoviano, “No me lo como todo, no vaya a ser mucho”, había dicho él pretendiendo parecer comedido, manda güevos. Así, con g, que es más gráfico. Los niños empezaban a impacientarse tras la cuarta proyección de la película de Disney y lanzaban al aire las preguntas malditas: “¿Cuánto queda, mamá?, ¿Cuándo llegamos?”. Ella intentaba contestar sin dejar de concentrarse en el embotellado tráfico. Primera, freno, punto muerto. La radio repite que Tráfico recomienda el regreso escalonado ¿Cómo se escalona el regreso? ¿Quedo con el vecino y volvemos por turnos? ¿Se vuelve en orden de la fecha de nacimiento? ¿De la primera letra del apellido? ¿Del signo zodiacal? Eso estaría bien. Alivia saber que todos los conductores viven su enclaustramiento bajo la influencia del signo de Leo con ascendente Acuario. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente cincuenta y seis kilómetros y setecientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles.

Jugaba el Atleti más o menos a la hora en la que el puente se podía dar oficialmente por finalizado. Seguramente muchos todavía no habrían vuelto, atrapados en la consabida caravana por no saber escalonarse los muy ignorantes. Jugaban los nuestros ante el Depor al final de un puente que empezó ahondando en Europa la depresión postderby. Si en vez de puente, llega a ser viaducto, algún aficionado de poca personalidad se hubiera tirado ante las lecturas vertidas sobre el estado del equipo. Si hace cuatro meses, mes arriba o mes abajo, alguien nos hubiera dicho que estaríamos vivos en Copa y en Europa y segundos en Liga, con una ventaja de cinco puntos sobre el autoproclamado mejor equipo del mundo, la galaxia y constelaciones sin vida inteligente, hubiéramos invitado a ese profético alguien a una semana en un hotelito con encanto de Torrevieja en régimen de media pensión por lo menos. Nos ha hecho subir el nivel de exigencia este Atleti de esta temporada, lo que es bueno. No nos debería hacer perder la perspectiva, lo que sería malo.

Salió el Atleti algo atascado, no sabiendo escalonarse en el trayecto hacia la portería de Aranzubía. Pretendía llegar al destino prendido de Diego Costa y sus desmarques, lo que a efectos circulatorios se traduciría en un camino lleno de tirones, choques por alcance y usos excesivos del embrague. Sin ánimo de ser poco optimista, parece claro que el equipo ha perdido frescura en la presión y se muestra más prudente a la hora de exceder la velocidad del balón, seguramente sumido en un valle físico de esos que los preparadores miden con la precisión que da el cronómetro colgado al cuello. Amagó el rival más no llegó a inquietar seriamente, dejando aromas de equipo que pasará serios problemas. Decían los agudos comentaristas de gafa de pasta que el Depor echaba de menos en la creación a Pizzi, ausente ayer como consecuencia de la cláusula “arrieritos somos”, que tan de moda sigue estando entre los cedidos. Mal le irá al equipo gallego si debe encomendarse a ese mediapunta de mirada huidiza al que tanto valora, a pesar de las crisis y las estrechuras, nuestro equipo gerente.



Metió Costa, demostrando que su cabeza sirve para algo más que para sopesar durezas de frentes contrarias, un gol casi regalado por un portero que no salió y unos centrales que no encimaron y el partido cambió. Cambió como un embotellamiento cuando se abre un carril adicional, como cuando la Benemérita deja circular por los arcenes, que es algo que siempre hace mucha ilusión al que conduce. Más que por la fluidez de los nuestros, el partido se convirtió en una autopista de incontables carriles por cómo se averió el equipo herculino, muy flojo de moral y de argumentos futbolísticos. Llegó entonces el turno de Falcao, hambriento como urbanita que se desplaza a la típica casa rural. Se atracó el tío, vamos. Le hincó el diente con la misma voracidad al primer plato a pase de Koke, a un segundo de volea pinturera tras meritoria asistencia de un recogepelotas al que deberían ascender en el cadete en el que jugara, a un tercero de penalti autogestionado, a un cuarto en el que se jugó el físico y casi el químico y a un quinto de glotón redomado. No tuvo la falsa intención de dejarlo para otro momento, de decir que si eso dejaba algún gol para alguien más necesitado y hambriento, como Adrián por ejemplo, por si eran muchos cinco goles. Queda la hartura de goles para la historia y entra el colombiano en ella en plena digestión de tanto tanto, frase muy tonta y redundante pero que a servidor hace mucha gracia utilizar en una crónica, la misma que si usara, ¿usted no nada nada?, o, es que no traje traje.

Tras el partido queda regusto a goleada con mucha más pegada que juego pero alegra la llegada de un resultado de esta holgura para ahuyentar las dudas que pudieran haber asaltado a la parroquia. Uno, al que como antes les decía, este Atleti ha devuelto la exigencia que nunca debió perder, considera el resultado una vuelta al buen camino aún con ese bajón físico que se detecta, bajón en ciertos momentos preocupante en jugadores como Juanfran, al que sus amistades en la selección no parecen sentarle del todo bien. Termina el puente de mejor manera que empezó, lo que no era difícil y afrontamos la operación retorno con el estómago lleno de goles. Ojalá los hayamos poder digerido para lo que esta semana ofrecerá, que no es poco.

“¡Uy!, me he quedado algo traspuesto”, tuvo Aquilino la desfachatez  de decir tras dos horas y media de rebuznos en los brazos de Morfeo. “¡Qué tarde!, ¿Ha terminado ya el Atleti?”, preguntó. “Seis ha metido. Seis”, respondió ella estirando la espalda. Terminaba bien el puente. Primera, freno, punto muerto. Ya quedaba menos. Solamente treinta y tres kilómetros y cuatrocientos metros, sentido entrada y metro arriba o metro abajo, para quien quiera más detalles. 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Otra vez será


Ahí estaba él. Plantado delante de la puerta que un segundo antes había encajado sus tímidos golpecitos. Ahí estaba, esperando. Se había atrevido a dar el paso tras sopesar reflexivamente las señales que los últimos tiempos le habían mostrado: las señoras que le dijeron que le veían distinto, más guapo tal vez, cuando iban a pagar la contribución a su ventanilla de la caja de ahorros; los consejos de una vidente telefónica de las de a euro y medio el segundo convencida de que Júpiter y Saturno se habían alineado a su favor. Todo desembocaba en ese momento. El momento para el que se había preparado con esmero, colocando con precisión quirúrgica cada pelo de su rala cabellera para tapar de igual forma claridades e inseguridades. La puerta se abrió. Ella volvió a iluminar con su sonrisa el tétrico descansillo. Vestía solo un top muy ajustado que pregonaba a los cuatro vientos la necesidad de subir tres o cuatro grados el termostato de la calefacción de su piso. Ella miró desde la atalaya de su imponente estatura al amable vecino de enfrente, compañero de noches de sopas de ave con fideos y películas fácilmente digeribles, casi tiritando en el rellano con el único atavío de una camiseta imperio y unos calzoncillos abanderado gastados por el uso.

 – ¡Ay, Marcelino! ¡Qué cosas tienes! –dijo volviendo a cerrar la puerta tras mostrar una sonrisa condescendiente que le dejó nadando en su propia indignidad.

“Otra vez será” se oyó decir al bueno de Marcelino al cerrar la puerta de su apartamento para zambullirse de nuevo en su soledad…


Comenzó el partido casi ocho horas antes de lo previsto. No comenzó donde hubiera debido, sino donde hubiéramos elegido, en el Calderón. Salió el equipo a estirar, a hacer rondos y a corretear desenfadadamente y veintiún mil de los nuestros estaban allí para jalear hasta los más nimios detalles. Miraban los jugadores, sobre todo los más nuevos o los más extranjeros y no daban crédito a lo que veían. Pensaban en el recurrente mantra de lo de ir partido a partido, en lo de que este encuentro, a nivel de puntos, vale lo mismo que uno ante el vicecolista y repararon en que no era cierto. Ni de lejos. Corrieron a resguardarse en los vestuarios con el calor de tantas voces metido en el cuerpo y los aficionados se fueron a casa satisfechos por haber insuflado esos ánimos que horas más tarde permitirían estirar el pie un poquito más y esprintar de nuevo aún cuando el gemelo pidiera una tregua.



Comenzó de nuevo el partido ocho horas más tarde. Comenzó en el sitio designado, ese estadio con hechuras de prisión de baja seguridad del norte de la capital. Ese recinto al que muchos se refieren como teatro sin llegar a considerar que a lo que asemeja realmente es a un circo romano con sus fieras y todo. Salió el Atleti y extrañó la falta de Filipe Luis pero extrañó aún más la presencia de Cata Díaz para sustituirle, en lo que fue un mensaje que pudiera interpretarse como poco osado desde el banquillo. Salió el Atleti y parecía bien plantado. Un equipo que se aferraba al orden. Salió el rival como suele salir en estos partidos. Fiel a su tradición de señorío, de caballero del honor. Salió a no jugar y a no dejar jugar. Salió a alentar a la masa que vociferaba pidiendo sangre. Salió dispuesto a valerse del empujoncito, de la patada tardía, de las reuniones poco espontáneas para protestar airadamente éste o aquel saque de banda. Salió así, de la misma manera que hace un tiempo salía cuando había un portero cuyo apellido rimaba con capullo que daba vueltas por el césped como una croqueta hasta que encontraba a un rival caído y daba un volatín que pretendía ocultar el pisotón que había dado. Salió como cuando un jugador de Málaga con orejas de soplillo sopesaba los pómulos rivales con sus codos en cada salto y nunca era sancionado. Salió como cuando el actual entrenador del Sevilla, siempre tan chistoso, hacía chanzas sobre un lateral rojiblanco poco dotado técnicamente. Salió así el enemigo, como suele, y los nuestros no supieron ni pudieron contrarrestar con juego o casta sus artes. Se desquiciaron los nuestros tras cada manotazo, tras cada protesta y algunos, en especial Diego Costa, se equivocaron al ponerse a la altura de los locales. Uno hubiera esperado que el árbitro hubiera puesto algo de paz en el paisaje, pero el colegiado, altamente valorado en instancias federativas, decidió delegar su labor arbitral en el número catorce del equipo contrario, jugador de notable desplazamiento en largo de balón y de incontable falta táctica. Parece un milagro que el hijo de Perico Alonso no se vaya de ciertos partidos antes de tiempo si no es con la connivencia de los trencillas de turno, tal vez pretendiendo no afear el espectáculo con tarjetas de color amarillo, que ya se sabe que es un color que en los teatros está muy mal visto.

Servidor no querría que ustedes, gente de bien, e incluso algunas gentes de peor vivir que pasaran a leer estas líneas se quedaran con la percepción de que el párrafo anterior pretende justificar la derrota en el partido de ayer. No, no es esa la intención del que suscribe. Frente a un rival que despliega sus armas, aunque sean marrulleras y conocidas, no queda otra que mostrar las propias. No fue así. No ofreció nada el Atleti. No creó peligro, no se acercó casi al marco rival ni tuvo arrestos para dar una mala patada. Se vio a un Atleti chico, no se sabe si acomplejado o superado. Mostraron los nuestros su peor cara desde que Simeone se hizo con las riendas de la nave. Una cara surcada por las arrugas de la impotencia. No hubo noticias de Arda, ni de Falcao, ni de Koke. No hubo presión. No hubo bandas, entregada la izquierda de antemano, poco inspirada la derecha. No hubo seguridad defensiva en el segundo gol ni consuelo tras el primero, marcado tras falta directa por ese jugador tan mono que ayer volvió a dejar una imagen para el recuerdo tras inspirado regate malabarista que acabó en el recogepelotas. No hubo juego directo ni tampoco elaborado. No hubo nada, la verdad.

“Otra vez será”, decimos todos como tantas otras veces. Aunque no, no es lo mismo que otras veces. Esta vez el equipo ha dado señales que alimentan las esperanzas. No ayer, claro. De ayer solo se puede esperar que la noche sea olvidada lo más pronto posible y luego seguir confiando. Aunque duela y a pesar de los cinco puntos de ventaja que todavía existen. Antes eran ocho. Tal vez ustedes hayan interiorizado también ese mantra recurrente de que lo de ayer eran solo tres puntos más. Los mismos que se ponen en juego en un partido de primavera contra un equipo de media tabla que no se juega demasiado. No es cierto. Ni de lejos. 

jueves, 29 de noviembre de 2012

¡Al abordaje!


Se viene. Así lo dirían los nativos de las Indias Occidentales y de las tierras de Fuego. Lo tenemos encima. Así lo dirían los nuestros con la cara de expectación que debía pintarte esos momentos previos a abordar la nave que se acercaba por estribor. Se huele el combate. Salen los cuchillos de las fundas para acomodarse en los dientes. Aquí, nuestra tropa. Preparada para el combate. Cada uno en su puesto correspondiente. Todo el paño metido. La madera crujiendo. Las sogas gimiendo por la tensión. Los artilleros saboreando ya el regusto de la pólvora. Esta flota casi no conoció derrota desde que levó anclas en agosto. No hubo lid en la que no ofreciera bravura y honor, siempre honrando el pabellón rojiblanco. Siempre con la humildad como compañera. Muchas victorias, no hay memoria para las derrotas, por nimias. Así, de tan buena forma y con los vientos a favor, se presenta al duelo.

Enfrente, el enemigo. El de siempre. El único. Ese gobernador que rige el virreinato con la misma mano soberbia de siempre. Destaca la nave capitana, ataviada con la bandera blanca del que no está acostumbrado a mancharse nunca. A bordo, mercenarios traídos principalmente de Portugal, duchos en pasarse por el arco genital el tratado de Tordesillas y el de la urbanidad y las buenas maneras. Siempre el oro de su parte. Siempre intentando disfrazar de señorío la piratería. Siempre en la queja cuando los vientos no empujan de popa. Siempre enfrente. Nunca al lado, ni ganas de tenerlos. 



Justo antes del encuentro con la escuadra enemiga, ya con el rumbo fijado, el Almirante reúne a la marinería y alienta desde el puente de mando. Mira el pasaje con veneración al almirante Don Diego Simeone. Éste habla con voz pausada, queda. Les hace creer en ellos mismos. Les habla de tesoros escondidos en el vientre de la nao rival. Para quitar presión, les intenta convencer de que la lucha será como cualquier otra. Tres puntos solo. Ellos saben que no es así, que las tortugas que nadan en sus estómagos son del tamaño de las que avistaron cerca de La Española y tienen que ver con las grandes ocasiones. Con las batallas que llenan los libros. Con las historias engrandecidas por la leyenda que se contarán dentro de algún tiempo al calor de una hoguera.

Pasea el Almirante la vista entre los suyos y ve más allá de ellos. Ve cerca de él al fiel contramaestre, Don Germán Burgos, como siempre al tanto de todo, mirando de reojo timón y sextante. Ve Don Diego la línea de cañoneros y allí a aquel al que llaman el Tigre, el de mejor puntería, nacido ya en el Nuevo Mundo. Al asturiano Adrián y a Costa, el que tropieza constantemente por cubierta. Más allá están Arda el de Constantinopla, ese que le tiene  puesto nombre a cada ola del Mediterráneo de tanto que las conoce, y Jorge Resurrección, el más joven de todos. También ve a Mario y Gabriel, los encargados de la intendencia a bordo. Quedan en la retaguardia el osado Juanfran, el incisivo Filipe y los bravos Joao y Diego, ambos también del Nuevo Mundo. Hasta el grumete venido de Flandes, un larguirucho de flequillo indomable, se asoma para vivir el momento con todos. Todos juntos. Con la camisa roja y blanca abierta para ofrecer el pecho como primer parapeto. No hay lugar para achicarse ni para buscar el abrigo de cálida ensenada. No hay lugar para virar, para no ofrecer combate. No existen rendiciones ni capitulación. Hay lugar para entrar en la eternidad o para que varias onzas de plomo te manden a descansar al fondo de la mar. Se huele el combate. Se acerca. Lo tenemos encima…¡Al abordaje!

martes, 20 de noviembre de 2012

El compromiso


–…como le decía, soy fuerte y no me asusta trabajar duro. Poseo un terreno a las afueras del pueblo en donde seguro que podemos ser felices. Antes vivíamos allí mi madre y yo, pero ya habrá oído usted que ella desapareció inesperadamente de un día para otro justo cuando el circo se estableció por tiempo limitado en la capital de la provincia. La Guardia Civil maneja dos hipótesis: una, que harta de hacer tantos equilibrios presupuestarios dada nuestra condición humilde se enroló como funambulista en la troupe. Otra, que se acercó demasiado a la jaula de los leones, cosa asaz probable dada su condición de corta de vista y la condición de los leones, cuyo currículo alimenticio incluía de manera probada a dos domadores, a un payaso llorón y a un incontable batallón de pesados comerciales del Círculo de Lectores. Desde entonces la casa está triste, vacía…

Iban dirigidas estas palabras a Remigio, padre de la criatura objeto de la petición de mano. Sopesaba Remigio los argumentos expuestos y escrutaba cuidadosamente a la persona que se sentaba enfrente intentando ocultar los lógicos nervios propios de trances así.

– No sé, no sé…– intervino Remigio –. Es todavía joven…y casi no ha salido de casa. Siempre anda debajo de las faldas de su madre.

– Lo sé. Sé que para usted y su señora será duro, pero ya hemos hablado y no le parece mala idea. Como le he dicho, nunca le faltará un plato que llevarse a la boca…Nos irá bien. La soledad es muy mala y entre dos se combate de manera mucho más efectiva. Alguien con quien compartir ilusiones, inquietudes y las fechas de vacunación del ganado, que siempre se me pasan. Alguien con quien acurrucarse en las duras noches de invierno…

– ¿Acurrucarse? Esa es otra. No tiene casi experiencia. No ha tenido más contacto con el sexo contrario que el que a su edad surge de manera natural aunque mal vista con aves de corral y cabaña caprina…

– No se apure, Don Remigio. Que una es joven pero leída y hasta escrita en ciertas lides. Si hay que enseñar a su Remigín lo que se tercie, aquí está servidora para iniciarle en las artes del solaz sin animales de cuadra de por medio….

– Sea entonces….¡Remigín! –gritó el padre a modo de llamada –. ¡Baja! ¡Está aquí Marceliana con licencia para pretenderte!...



Nos ha acostumbrado este Atleti en los últimos tiempos a manejar un concepto que muchos creíamos perdido: el del compromiso. Desde la llegada de Simeone, el equipo puede jugar bien, mal o incluso peor, pero se atisba claramente un rumbo, una identidad, un fin común que une a jugadores y técnicos (como comprenderán, meter a la gerencia en esta ecuación quedaría de un frívolo que abrumaría) ¿Que toca deleitarse con el duende que despliega el juego del turco de rizo pretérito? Ahí andan todos para colaborar y hasta contemplar la obra de arte ¿Qué toca remangarse y cerrar las prietas filas ante una expulsión o un pinchazo de isquiotibial? Ahí estarán todos juntos de nuevo, unidos en una suerte de Fuenteovejuna rojiblanca guionizada por el Cholo. No hay declaración de representante o padre de jugador con aspiraciones de madre de folclórica que resquebraje la unidad. No hay rotaciones ni estancias en el banquillo que hagan asomar palabras más altas que otras. No hay descontentos. No hay ruedas de prensa incendiarias. No hay titulares en la prensa alimentados desde dentro, aunque probablemente no los hubiera tampoco aún cuando algún mediapunta se presentara ante los medios en ropa interior y anunciando futura operación de cambio de sexo o de demarcación, de tan ocupados como andan los reporteros glosando las gestas de los dos estomagantes contendientes de siempre.

Lejos quedan los tiempos de las visitas vergonzantes a campos pequeños, de las bromas del lunes a la hora del café y de las declaraciones altisonantes. Lejos quedan también los tiempos en los que se sacaba mucho más pecho del que recomendaba el juego y los resultados globales, ya saben esos tiempos de jersey de pico y famélica figura. Simeone convence desde el trabajo, desde el discurso pausado y humilde y, sobre todo, desde sus ideas a todos los padres y madres rojiblancos, encantados y convencidos de entregar sus manos y hasta algún antebrazo a la causa. Probablemente se pudiera pedir algo más. Sería deseable mejor juego y una mayor continuidad en el mismo. Sí, pudiera ser. Aún así, tras venir de donde venimos, de ese territorio yermo de patadón, comisión y tentetieso, a uno le parece buen partido este Atleti reconocible. Cercano. Con licencia para llegarnos a donde hace tiempo que no nos llegaba. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Los episodios anodinos


Qué sería del mundo sin sus capítulos grises, sin sus episodios anodinos. Sin esos señores de traje desgastado que compulsan fotocopias y revisan que cada formulario tenga pegada una póliza de diez pesetas para asegurar que ninguno de sus bordes toca la frontera de la línea de puntos que la limita. Sin esa ventanilla que se cierra inexorablemente cuando llegan las dos en punto, anunciando a los cuatro vientos que mejor vuelva usted mañana. Sin el pescado hervido y las patatas cocidas a las que alguien olvidó echar sal. Sin los besos llenos de rutina. Sin el abrir el buzón con el desapasionamiento que deja el encontrar solo facturas. Sin las cenas en casa de un viejo amigo para ver el vídeo de su boda. Sin las películas basadas en hechos reales que se ven entre sueños, esas que además del alma en vilo te dejan el cuello contracturado. Ya saben, ese tipo de cosas….

Qué sería de los partidos de nuestro Atleti sin sus capítulos grises, sin sus episodios anodinos. Sin esos preámbulos cuyos primeros veinte minutos son para tirar a la basura. Sin esas ocasiones en las que merecería ser titular Koke, vista la justeza de calidad del centro del campo. Sin el abuso de los balones en largo. Sin la proverbial lucha de Falcao. Sin la victoria del músculo sobre el talento. Sin los laterales, menos largos que de costumbre. Sin la llegada del llegador. Sin un rival que justifique cualquier tipo de desazón. Sin casi ni un tiro a puerta en contra. Sin la, hace un año impensable, dependencia de Mario Suárez. Sin ese gol de Adrián al segundo remate y casi pidiendo perdón por haber picado el balón con mala idea en el primero. Sin una segunda parte tan para olvidar como la de Matrix o como la de cualquier otra película salvo El Padrino. Sin esas dos horas que no guardan casi atisbo de brillantez. Sin esas citas en las que la victoria cobra una mayor importancia por las dos derrotas previas. Sin tres puntos y poco más. Ya saben, ese tipo de cosas….



Aún así, por más anodino que sea el episodio, nunca hay que perder la esperanza de que ocurra algo especial. Algo diferente. Una luz que vence a las sombras. Un rayo de sol que se salta el guión pergeñado por las nubes. Colocar uno de los formularios en lo alto de la pila porque la solicitante recuerda a un antiguo amor de verano. Dejar la ventanilla abierta cinco minutos más allá de la hora. Ese pescado espartanamente hervido pero en su punto. Los besos que dejan sabores que duran años. Abrir el buzón y encontrar la postal esperada. Pasar un rato con viejos amigos como si no hubiera pasado el tiempo desde la última vez. Coger postura en el sillón con la película basada en hechos reales y dejar que la siesta se vaya de las manos. Ya saben, ese tipo de cosas….

Aún así, por más anodino que sea el episodio, nunca hay que perder la esperanza de que ocurra algo especial. Algo diferente. Una luz que vence a las sombras. Un rayo de sol que se salta el guión pergeñado por las nubes. Aunque eso especial venga precedido de una mano que ayudó al control. Plantarse delante del portero. Levantar la cabeza. Realizar una sutil finta simulando el pase al compañero. Acostar al portero con un regate de trasero, que es como regatean ciertos iniciados. Acariciar al balón para que viaje a la red sin miedo. Sonreír de oreja a oreja. Ya saben, ese tipo de cosas que tiene Arda Turan….

domingo, 4 de noviembre de 2012

Crónica entre protestas del Valencia-Atleti


Tiene Valencia no pocos argumentos que justifican una visita: su clima, sus gentes, disfrutar de sus arroces justos de punto mirando a la Malvarrosa, sus ruinas de la Copa América y de un circuito imposible de fórmula 1 como testigos de lo que fue la civilización del pelotazo, sus kioscos decorados con azulejo labrado, sus costas y sus adentros, su albufera, sus mosquitos de tamaño familiar, sus talleres falleros, sus jovenzuelos de pelo pincho que se saltan los semáforos por principios, sus delfines del Oceanográfico que ejecutan coreografías con un toque arrevistado y sus camareros que no se sonrojan al presentar una cuenta de diez euros por dos horchatas de brik a temperatura ambiente.

Tiene Valencia algo más para Gervasia. Algo que justifica sus visitas más allá de disfrutar de las bondades que la ciudad ofrece: Merencio. Habían pasado ya casi dos años desde que se conocieron en una convención de gerentes comerciales de empresas eléctricas. Como no podía ser de otra manera, la chispa surgió enseguida y empezaron también enseguida los fines de semana de reencuentro, las citas cibernéticas y las llamadas que tan difíciles son de terminar. Era Merencio hombre mesurado en todas sus facetas: siempre responsable pero con un toque de desenfado que a ella le encantaba. Hablaba cuando debía y callaba para escuchar cuando tocaba. Formal y espontáneo a la vez. Todas esas virtudes y alguna que otra más, justificaban las idas y vueltas en AVE y las tristes despedidas dominicales y servían de cimiento para esos planes a medio plazo donde ella se veía mudándose a Valencia para estar juntos. Esta vez además irían al fútbol juntos por primera vez robando un par de horas a ese tiempo siempre insuficiente. Merencio la llevaría a Mestalla para ver a su Atleti, ese Atleti que probablemente fuera lo que más echara de menos ella si un día decidía dar el paso de irse del Manzanares para el Turia.

Fue traspasar los tornos de Mestalla y Gervasia empezó a notar comportamientos raros en Merencio. Se mostraba nervioso con solo transitar por los pasillos del estadio y protestó más de la cuenta cuando ella eligió el asiento de la izquierda argumentando que ese era al que él había echado el ojo de antemano. Decidieron tomar un par de cervezas y Merencio se indignó ante el discutible hecho de que la suya tenía menos espuma que la de ella e incluso la acusó de ocupar más espacio del debido solicitando casi burocráticamente que no invadiera su sitio. Entonces empezó el partido….



Salió el Atleti a Mestalla con la defensa habitual, la delantera del año pasado y con un medio del campo inédito: sacó el Cholo a Emre con Gabi, con Arda y con Tiago, ese asceta del esfuerzo físico. Salieron los nuestros a dominar el partido y salió el Valencia a defender el resultado, sin tener claro al cierre de estas líneas qué resultado pretendían defender. Empujaba el Atleti aunque sin demasiada profundidad y Mestalla se encendía en protestas por cada fuera de banda, por cada falta indiscutible y por cada rachita de viento que se levantaba. Buscaba jugar el Atleti y no jugar el contrario. Buscaba el equipo ché coartadas para enfangar el partido y las encontró en el árbitro. No tuvo a bien el señor colegiado sancionar debidamente las continuas interrupciones de los locales, tampoco tuvo a bien pitar nada en los reiterados abrazos, algunos dentro del área, a los que fue sometido Falcao por parte de unos defensas excesivamente cariñosos. Tuvo Falcao una noche difícil, a los sentidos abrazos de los centrales rivales hay que sumar la escasez de balones recibidos en condiciones y la brecha de recuerdo que Soldado, con esa involuntariedad que a los que son como él les viene de la cuna de su formación, le dejó en herencia. Si alguien merecía más, ese era el Atleti, sin poner demasiado en liza, no crean, pero con casi nada el Valencia se puso por delante tras excelente gol del repartidor de involuntarias coces en frentes ajenas. Acusó el Atleti el golpe y anduvo unos minutos perdido en la selva de las pocas ganas de jugar de los valencianos. Tiene el Valencia no pocos argumentos que justificarían otra manera de jugar: su historia, su plantilla y algunos jugadores de talento. Tiene otros que tal vez justifiquen esta otra elección de estilo: defensas de la cuadra lusitana de la protesta y el pescozón, el consabido delantero antipático y jugadores con talento para la autosatisfacción, el autoatropello y la incineración de coches de gama alta.

Llegó el partido al descanso y Gervasia no salía de su asombro ante el comportamiento de su amado Merencio. Protestaba por esto, por aquello y por lo de más allá. Protestaba ante la, a su juicio, desigualdad de rajas de chorizo entre los bocadillos de ambos. Protestaba ante lo lejos que caían los aseos y por el pasodoble que la banda de música típica de aquellos lares interpretó con discutible acierto. Andaba Gervasia inquieta, no tanto por el desempeño del Atleti, como por el resultado y el talante de su acompañante cuando sus pensamientos se vieron interrumpidos por el inicio de la segunda parte.

Salió el Atleti tras el descanso y se vieron ganas de darle vuelta a la situación. Salió también el Valencia y se vieron las mismas ganas, sino mayores, de que se jugara poco. Empezó a aparecer Arda y empezó a llegar el Atleti con más frecuencia. Sacó el Cholo al Cebolla, a Raúl García y a Mario Suárez y contraatacaba el Valencia con marrullería. Protestaba la afición en Mestalla por las tarjetas mostradas, por los recortes en sanidad y por el incremento del precio del mejillón criado en cautividad. Atacaba el Atleti con corazón. Dando la cara. Más por la izquierda que por la derecha, donde Juanfran lleva unos partidos mostrando señales inquietantes. Se volcó el Atleti sin premio, fue premiado el Valencia sin volcarse y los equipos fueron despedidos entre las consabidas protestas y gritos de burro dirigidos hacia un árbitro que merecería por parte de la afición valenciana un mayor reconocimiento por la permisividad mostrada. Salió el Atleti derrotado. Sabíamos que tendría que llegar tarde o temprano. Probablemente llega esta primera derrota de manera injusta, probablemente no fuera el mejor partido de los nuestros pero fastidia un poco la manera de producirse y ante el rival que ha sido. Queda el equipo en pie, o eso esperamos. Queda una temporada larga en la que no parece que vayan a sucederse accidentes como éste si sigue el equipo en el mismo nivel. Puede que no venga mal este tropiezo para ganar perspectiva y para conocer los límites del equipo. No es malo conocerlos.  

De camino a los vomitorios, protestaba Merencio por la lentitud en el desalojo del recinto, por el frío que había pasado por culpa de la previsión meteorológica previa que hablaba de noche primaveral y por las migas del bocadillo que seguía encontrando en la geografía de su chaqueta. Abandonó la pareja el estadio cogidos del brazo y notó Gervasia una metamorfosis en su partenaire, volvía a ser aquel Merencio atento y amable a medida que se alejaba del coliseo de la avenida de Suecia. Él propuso ir a un restaurante romántico que a ella le había gustado especialmente tras cenar en una de sus primeras escapadas. Ella fingió el supuesto olvido de un pañuelo para volver tras sus pasos y encaminarse de nuevo al estadio. Fue solo acercarse un poco y Merencio empezó a protestar por el tráfico, por el olor a sobaco que suelen desprender las masas de gente y por cómo se está extendiendo la reprobable práctica de ponerse los albornoces como batas, lo que se comprende. “¡Uy!, qué tonta, si lo tengo aquí”, mintió Gervasia cambiando de dirección. Enseguida volvió Merencio a ser aquel del que se había enamorado. Todo el mundo tiene sus cosas, unos no toleran bien la bebida, otros no pueden comer más allá de las doce de la noche y otros no deberían acercarse a un campo de fútbol para no protestar por todo. Solo hay que conocer los límites de cada uno. No es malo conocerlos. 

viernes, 26 de octubre de 2012

Fea crónica del Atleti-Académica, pero fea de verdad...


Acabó la noche fea, pero fea de verdad. Fea con ganas. Fea de solemnidad. No es que hubiera empezado bonita, nada de eso, que fea nació igual que murieron la mañana y la tarde, pero ya se sabe que las noches se miden por cómo acaban, al igual que se ponderan las mañanas por cómo nacen y las tardes por cómo se quedan. Fea estaba la noche, también húmeda y fría, lo que ya va pegando por las fechas en las que estamos. Sacó el Cholo para enfrentarse al Académica a la cara b del equipo, esa cara b que hubiéramos tildado de fea e incluso suicida en otros tiempos y que, gracias a las artes de embellecer lo estéticamente discutible de nuestro entrenador, nos hace mirarla desde otros ángulos descubriendo maticen interesantes donde antes solo hubiésemos visto fealdad.

Nació el partido feo también. Nació sin dueño reconocido. Sin alma. Salió flojo de chiqueros y uno hubiera esperado pañuelos en la grada para devolver el partido a los corrales si no hubiera sido la noche tan fea, que no daban ni ganas de meter la mano en el bolsillo para sacar nada que no fueran unos caramelos de menta sin azúcar. Como ante tantas otras cosas feas que hay en la vida, la parroquia pensó que si no se miraba mucho hacia el juego sería como si no existiera, por lo que empezó la valiente hinchada que se dio cita a la Ribera del Manzanares a no prestar demasiada atención al partido ni a la noche. Se formaron corrillos que glosaban sobre ejecuciones de desahucios o de opciones de compra de mediapuntas estrábicos a precio de delanteros rompedores. Se hablaba de la posibilidad de que Don Cristino, el que vive en ultimo piso de una de las torres del Puente de Segovia, convenciera a su suegra para convertirse en émula de un Baumgartner cañí que saltara desde el tejado del edificio pertrechada con un traje ignífugo confeccionado con bolsas de basura con asas y latas de cerveza San Miguel. Se hablaba de si la deuda de Doña Araceli con Doña Olalla ha llegado al nivel del bono basura después de tres meses sin devolver los tres euros que se le prestaron para adquirir un bocadillo de atún con pimientos morrones en un momento de flaqueza espiritual. Hablaba la afición de sus cosas hasta el momento, empezada ya la segunda parte, en el que Don Hilario, siempre tan cabal en su papel de reserva espiritual de la templanza del segundo anfiteatro, aconsejó que acabaran las conversaciones cruzadas y se prestara atención al partido, aunque la atención fuera difusa y dedicada solo al equipo rival, apoyando su petición en el hecho de que en cualquier momento un fondo de inversión con supuesto capital portugués hace desembarcar en nuestra plantilla a los tres jugadores del Coimbra que menos se caigan al suelo espontáneamente.



Siguiendo los consejos de los que saben, empezó la grada a echar más cuenta de lo que sucedía en el rectángulo de juego, hecho que fue agradecido por los ponentes en forma de gol de Diego Costa, de falta flojita pero magistralmente colocada por Emre y de gol lusitano para otorgar supuesta emoción. No crean que la afición se metió en el partido tras ninguno de estos hechos, no. Seguían comentando, aunque fuera por lo bajinis, para no desairar a Don Hilario. Hablaban de si este fin de semana que viene es cuando se cambia la hora, hablaban de si la sección de El Soplo de Manolete ha pasado a ser un foro de cardiología, dado el nivel de aciertos del susodicho periodista o peroraban sobre si los abrigos de ahora no tienen nada que ver en cuanto a poder calorífico con los de antes. Hablaban también de los nueve puntos conseguidos en la primera vuelta de un grupo que ya se antojaba facilón y de las ilusiones depositadas en la liga al despedirse para ser tragados por la fea noche. Fea con avaricia, fea sin mesura. Fea como un hijo no deseado engendrado por el feo de los hermanos Calatrava y Rossy de Palma en una mañana de resaca. 

lunes, 15 de octubre de 2012

El monasterio


El sol de la tarde recortaba la imponente silueta del monasterio que se erguía intentando alcanzar el cielo sobre la cordillera. Ya desde varios kilómetros antes, el caminante lo podía ver a lo lejos cuando se detenía a recuperar el resuello tras el esfuerzo de afrontar las rampas que conducían a esa atalaya que tan de moda se había puesto. Lo primero que impactaba al llegar a sus puertas era la sensación de paz que impregnaba el alma y un silencio que solo osaba romper el río que corría al lado de la sede de la congregación. Una vez se traspasaba el umbral, un grupo de lamas, todos ataviados con sus túnicas rojas y blancas, se movía industriosamente por el patio. Resultaba curioso como realizaban sus tareas domésticas de manera tan sincronizada: los de la parte de atrás se adelantaban al unísono para achicar el patio y los de la parte delantera rodeaban a un yak intentándolo llevar a un flanco, allí donde la presión es más efectiva. Flotaba en el ambiente un aroma a felicidad y a armonía que no había visto en ningún sitio.



– El señor Coladores, supongo. Soy el hermano Filipe, su guía aquí en el monasterio –agregó adelantándose y haciendo una pequeña reverencia uno de los miembros de la orden–. ¿Le gusta lo que ve?

– Eh…Sí, sí, claro. Es un lugar diferente. ¿Lleva usted mucho tiempo aquí?

– Llegué hace casi tres años procedente de otro monasterio en el noroeste de las montañas, una congregación dedicada a la pesca y al marisqueo. Estaba perdido cuando lo hice, pero aquí he encontrado mi sitio, sobre todo desde que el maestro vino a nosotros, hace ya casi un año. Él me ha cambiado la vida.

– Ya…y, ¿cuándo podré ver al maestro para la entrevista?

– Todas las cosas llegan, no se impaciente. La piedra es piedra aunque acabe en canto rodao. Fíjese en los hermanos. Todos han sabido esperar su momento. Por ejemplo, ese de allí, el de la nariz grande, es navarro y llevaba una vida desdichada en el mediocentro, el maestro alineó su espíritu quince metros más adelantado y ahora es feliz y se siente útil. Mire también a ese otro hermano que está en el huerto, ha adoptado el nombre de la humilde cebolla y se ha hecho vegetariano tras haber llegado a nosotros rayando la obesidad tras una existencia llena de excesos. Todo gracias al maestro.

– Eso, eso. Vayamos a ver al maestro. No le hagamos esperar más…

– El pájaro que tiene prisa e intenta volar con el ala mojada se espanzurra, el pájaro sosegado despega sin problemas. Antes de eso tiene que verle el hermano Mario. Él es el que distribuye los tiempos de nuestros movimientos e inicia la secuencia de meditación con balón. Otro caso impresionante el del hermano Mario. Era un pusilánime y un sin sangre que pretendía reafirmar su personalidad a base de peinados afro. Ahora es la mano derecha del maestro. Hermano Mario –saludó el hermano Filipe–, le presento al señor Coladores, es el periodista que viene de la ciudad.

– Largo camino ese –dijo el monje que desempeñaba las funciones de ayudante del maestro–. El hombre hace su camino por largo que sea, pero mejor ponerse filis en los zapatos….

– Eh…Ya, ya…¿Puedo ver ya al maestro?

– Ahora pasamos, pero recuerde que el agua nunca viaja más rápido que la corriente, aunque de la mineral prefiero no hablar…

Flanqueado por los dos cicerones, se adentró en una habitación oscura y austera. Llegaban a sus oídos los mantras que un grupo de ayudantes recitaban extasiados en una estancia cercana cuando una figura vestida de negro se acercó a él prácticamente levitando. Estaba claro que el hombre que tenía enfrente tenía algo especial, algo que le hacía diferente a tantos otros a los que había entrevistado. Sin llegar a hablar siquiera, llegaba a comprender el por qué de que todos los que se acercaban a él, creyeran ciegamente en su persona. Había llegado a escuchar incluso que fieles de muchas otras religiones, musulmanes turcos o colombianos de sólidas creencias católicas, habían abandonado su fe para abrazar la suya en cuanto le conocieron. No era de extrañar…

– Maestro…Un placer conocerle….–dijo el columnista visiblemente nervioso.

– No me llame maestro, se lo ruego. Llámeme Diego Pablo….

lunes, 8 de octubre de 2012

Mucha gente, esa gente, nuestra gente...


Esperábamos los atléticos con ilusión el partido de ayer noche y se notaba en el ambiente que mucha gente, esa gente, nos miraba raro.

– ¿Cómo? Querrá usted decir que esperaba con ansiedad y desazón el partido de la tarde, ¿no?

Mucha gente, esa gente, no se explicaba cómo podía ser posible que algunos no se mostraran concentrados ante semejante acontecimiento planetario e incluso universal y se fijaban en nosotros con desconfianza para ver si dejábamos el mondadientes en el cubilete tras haberlo utilizado para desalojar a ese trozo del magro de la paella dominical que se había hecho fuerte entre en colmillo y el premolar. Mucha gente, esa gente, no acaba de entender que alguien viva el fútbol más allá de Guatemala y Guatepeor, más allá de choques con hedor a referéndum, más allá de tertulias monotemáticas, más allá de los partidos del siglo que se celebran casi cada semana, más allá de estas dos Españas con forma de rueda de molino con las quieren hacernos comulgar. Hay vida más allá de estos partidos. Sí, solo son partidos, como cualesquiera otros. Por más que se los vista de faralaes, de chulapa o tocados con barretina independentista. Tampoco tienen nada de clásico, por más que se repita esa fórmula entre mucha gente, esa gente. Clásico se le puede llamar a comprar churros antes de acostarse, a que esa chica por la que bebes los vientos te diga que te ve como un gran amigo o a un ciclo de cine protagonizado por Pajares y Esteso. Eso otro son partidos como los demás. Tres puntos. Nada más. Por mucho que duela a tanta gente, esa gente.

Rendía visita al Calderón un Málaga que ha empezado la temporada bordeando la brillantez. No se tenía demasiada esperanza en el equipo malacitano tras el convulso verano vivido y aún así se ha rehecho. Algo tendrá que ver Pellegrini, entrenador que debe saber lo que se hace a pesar de su pinta de mayordomo de película de cine mudo. Contó Simeone para la ocasión con la defensa y los mediocentros titulares, sacó a Emre para hacer de Koke y a Adrián para ver si hacía del Adrián del año pasado. Comenzó el Atleti avasallador y andaba todavía gran parte de la parroquia rebuscando en los bolsillos los tapones de refresco traídos de casa para sustituir los que tan amablemente son incautados a la entrada del estadio por la empresa de seguridad del Calderón cuando Falcao culminó con ese instinto tan suyo cuando transita áreas rivales un centro de Emre lleno de mala idea.

– Laureano, ¡que nos ponemos líderes!

– Mujer, no me empujes que no encuentro el maldito tapón y se me ha caído ya más de la mitad de la bebida carbonatada y refrescante…



Seguía el Atleti achuchando, que es gerundio, y no se tenían demasiadas noticias del Málaga. Funcionaba la conexión turca a la hora de alimentar a los de arriba, funcionaban los laterales llegando a la línea de fondo, funcionaban los mediocentros (quién los ha visto y quién los ve) en la recuperación y la distribución, funcionaba Falcao y funcionaba Adrián, lo que era una de las mejores noticias de la noche. Llegado a este punto del encuentro, tan bien funcionaba el Atleti y tan poco se había visto del rival que el señor Pérez Lasa, digno miembro del autóctono colectivo arbitral, decidió atribuirse la potestad de acabar con esa desigualdad en el juego a base de sacar de quicio a los nuestros. Ya saben ustedes que los trencillas son muy de luchar contra las desigualdades, de ir con el más débil y de pitar penaltis con desenvoltura en las áreas de los rivales de los equipos de la zona baja de la tabla. Son básicamente como la madre Teresa de Calcuta solo que un poco más repeinados y cambiando el hábito blanco por camiseta entallada negra, gris codificada o rosa mariposil. Continuaba el Atleti con el asedio a pesar de la lucha contra el desfavorecido que abanderaba el colegiado y uno de sus linieres, hasta que alrededor del minuto treinta de la primera parte empezó el partido a aturullarse y el Málaga a dar señales de recuperación, lo que llenó de orgullo y satisfacción a Pérez Lasa, sin duda pensando en merecidas futuras candidaturas a premios de la cooperación y la concordia para su persona. Fruto de esa mejora empató el Málaga en jugada que premiaba de manera excesiva su desempeño y que dejaba dudas sobre si Godín y Courtois pudieran haber hecho más.

Salió el Atleti tras el descanso dispuesto a sobreponerse al empate y a la cruzada arbitral por el fin de la injusticia balompédica. Seguían atacando los nuestros como en la primera parte o quizás con un punto más de fe, con cierta sensación de morir o matar. Apretaba el equipo, apretaba la grada y apretaba también mucho el Cholo desde la banda. No es Simeone entrenador que guste de firmar armisticios y esa condición ha empapado a los suyos. Entraron en el campo el Cebolla, para ver si repetía Cebollazo o similar, y Raúl García. Llegaba el Atleti con cierta claridad y dos veces sacó Monreal centros desde la izquierda con olor a liderato. Asediaban los nuestros el área rival con pases de todas clases: desde la derecha, desde la izquierda, cruzados, rasos, y a todos iba un Falcao que parecía haber caído de pequeño en la marmita de la creencia en lo que se hace que Simeone reparte entre los suyos antes de cada partido. Llegó al final el premio, frisando de igual manera el descuento y la épica, esa épica que parece haber anidado confortablemente en la Ribera del Manzanares. Seguro que hoy leen y escuchan que el gol fue en propia puerta aunque el gol realmente fuera en gran parte de Falcao y en gran parte de todos los que allí estuvieron con el mismo fin: afición, banquillo y jugadores.

Han pasado siete jornadas y por más que duela a mucha gente, esa gente, ahí están los de rojo y blanco, en lo más alto de la clasificación. Nosotros sabemos que es pronto para hablar de empresas mayores, pero sabemos que siempre que se llegó a esas empresas, se hizo empezando de esta manera. Seis partidos ganados y uno empatado ¡Ahí es nada! Los ha habido rellenos de buen juego y los ha habido con más oficio que lírica. Los han jugado los teóricos titulares, los teóricos suplentes y teóricas permutaciones de ambos conjuntos, siempre con resultado meritorio. Son solo siete partidos, bueno, no, también ha habido un par de ellos en Europa y una Supercopa de las buenas, que no es poco. Hoy, cuando vayan ustedes al trabajo, a la compra o a la cola del paro, tienen permiso más que justificado para sentir que son suficientes para que mucha gente, nuestra gente, se permita el lujo de soñar.  

lunes, 1 de octubre de 2012

Maternal crónica del Español-Atleti


Que madre no hay más que una lo sabe todo el mundo, aquí y en la Patagonia ¡Ay, las madres! Siempre tan atentas a esas pequeñas cosas que a nosotros se nos pasan:

– Orestes, hijo, llévate una chaquetita, que luego refresca.

– ¡Mamá, que estamos a veinticuatro de Julio y trabajo en un horno de pan!

– Pues para cuando lo apaguéis…

Ya se sabe como son las madres. Siempre viendo a sus retoños como los más guapos. Siempre disculpando sus defectos y ensalzando sus virtudes a niveles estratosféricos. “Es que el niño es muy independiente”, añaden sin rubor cuando el padre de familia empieza a molestarse, solo ligeramente, al cumplirse el tercer día sin aparecer por casa del zagal, seguramente centrado en los actos de celebración del trigésimo cumpleaños del primo Nachete. “La niña siempre ha sido muy desenvuelta y con mucho don de gentes”, sentencian haciendo oídos sordos de los rumores que aseguran haber visto a Almudenita bailando ligera de ropa y de prejuicios en un local situado en una vía de servicio. Fíjense si serán, que hasta las madres de los asesinos en serie, siguen echando la culpa a los amigotes de los desmanes de sus cachorros.

– Ildefonsa, mujer, que han sido ciento cincuenta y tres puñaladas.

–Dice el sumario que son ciento cincuenta y una, que cuando se trata de mi Matías siempre os gusta exagerar, ¡arpías!

Otra característica muy de las madres es la de no reconocer que sus vástagos han crecido. Siempre serán niños y niñas, indefensos ante el mundo. Por ponerles un ejemplo, cuando la madre que a servidor le parió se dirigía a un encargado de la planta de caballeros de gran almacén, siempre decía buscar ropa para los niños ante la atónita mirada del vendedor, no dando crédito al ver aparecer detrás a dos maromos de casi dos metros, barba cerrada y calvicie más que incipiente.

Un poco de este comportamiento tan típicamente maternal tenemos nosotros, ustedes y yo, con nuestro Atleti. No crean que disculpamos sus tropiezos, no, que para eso analizamos con nuestros iguales sus cosas y tenemos bien marcadas nuestras filias y nuestras fobias. Pero, ¡ay si algún aficionado de otro equipo osa burlarse de su salida de balón o de cómo achica espacios desde la defensa! Allí saltamos nosotros acero en mano para batirnos en duelo. También nos ocurre eso de no acabar de verlo preparado para enfrentarse con los peligros del calendario, a pesar de que a ojos vista el equipo parezca cuajado y adulto. Todos somos un poco madres con el Atleti, sí. Y ya se sabe, aquí o en la Patagonia, que madre, para el Atleti, no es que haya una, es que todos llevamos una dentro.

Visitaba el Atleti al Español y andábamos maternalmente preocupados ante el partido. Pudiera ser el motivo del azar la ausencia de Falcao, ese típico amigo responsable del hijo que regresa a casa un cuarto hora antes de su hora y con dos goles bajo el brazo. “¿A qué hora vuelve Falcao?”, “Tiene que estar en casa a las once”, “Pues tú te vienes con él. Ni un minuto más”. Quedaba la cosa, si del ataque hablamos, en manos de Diego Costa, amigo con pinta de irresponsable y algo alocado. “¡Pero si a Diego Costa le dejan hasta las doce y media!”, “Ya, y si Diego Costa se tira por un puente, ¿tú también te tirarías?”. Lo que les digo, comportamientos típicamente matriarcales ante el partido de Cornellá. Sin importar la madurez mostrada por el equipo en las últimas apariciones y la solvencia ante las ausencias. Cosas de madres. 



Empezó el Atleti achuchando. Mandón aunque sin demasiada profundidad. Mostraba el Español una cara blandita, dulce, como de día de la madre. No daba sensación de poder inquietar a los nuestros a pesar de la presencia de Simao.

– ¡Ah!, ¿pero Simao jugó?

Bueno, siendo benevolentes podríamos decir que Simao estuvo sobre el campo y que respiraba, siendo éste último un dato todavía por confirmar. Les hablaba antes de la blandura de los pericos y de esa blandura se aprovechó el Atleti para hacerse con el mando del marcador sin exponer demasiado: un desmarquito de Diego Costa; medidas incursiones de Filipe y Juanfran; los detalles habituales, aunque menos numerosos en los últimos partidos, de Arda; las llegadas de Raúl García y, sobre todo, la seriedad de Mario Suárez. Profundizaremos en el tema Mario por ser posiblemente el jugador que más ha cambiado desde la llegada de Simeone al banquillo. Si de blandura hablábamos, Mario era el paradigma de la misma hace unos meses. A pesar de sus otrora pelos afroamericanos, Mario daba la sensación de no ruborizarse al llamar a su madre “mami” delante de los compañeros de clase, de ir de la mano con ella a su edad y de asumir que al pedir una fanta en un kiosko del parque, la madre sustituyera su petición por un trinaranjus del tiempo, que ya se sabe que el gas es muy malo, y además luego el niño no me cena. Éste Mario esponjoso y maleable, jugador al que daban ganas de abrazar pero no de mandarle un balón comprometido, ha pasado con Cholo a ser pieza clave, a mostrar carácter y a atribuirse galones en la salida del cuero. Siempre bien colocado y sin complicaciones a la hora de distribuir, el cuatro atlético se marcó un muy buen partido, si bien su desempeño luce mucho más al tener como pareja en el mediocentro a Tiago, ese jugador que merecería pagar entrada de los partidos que disputa y al que solo faltan las pipas para completar con fidelidad el papel de espectador que usualmente interpreta.

Se puso el Atleti por delante tras remate de Raúl García llegando, que es lo suyo y daba el equipo sensación de solvencia y de bloque trabajado. Andábamos las madres/aficionados felices por lo bien que se portaba el equipo/niño cuando sale de casa, sin hurgarse la nariz y pidiendo las cosas por favor y se nos vino el descanso. Nos dimos cuenta entonces que se nos hacía mayor el churumbel, que ya sale de casa y se porta como debe, sin esas rabietas de falta de concentración que no hace mucho costaban dos goles en cinco minutos. Comenzó la segunda parte y se echó el niño atrás tal vez demasiado. Podría achacarse a esa timidez que los mozalbetes, desenvueltos en casa, suelen mostrar ante los extraños y las tías del pueblo con bigote, pero nosotros, desde nuestra maternal atalaya, sentimos una extraña seguridad de que nada puede torcerse a pesar de la cortedad del resultado. La segunda parte pasó rápido, con esa rapidez con la que crecen los infantes. Pasó tan rápido ante nuestros ojos que hasta pasó toda nuestra vida en diapositivas delante nuestro al ver cómo Turan se lesionaba y pedía el cambio. Llegó el Español un par de veces, con poca fe la verdad, y el partido languideció sin que el corto resultado se moviera aunque el Cebolla y un Adrián con síntomas de recuperación pudieran haberlo hecho más holgado.

Deja el partido aromas a que el niño/equipo se ha hecho mayor. A que sigue trayendo buenas notas y a que cada día crece, a pesar de que nosotros, como buenas madres, no nos acabemos de dar cuenta porque lo vemos a diario. Vemos con sorpresa como la casa parece recogida y que no ha habido desastres reseñables tras haberle dejado solo todo el fin de semana aunque, si miramos con detenimiento, quedan por pulir ciertos aspectos como la posible falta de ambición para cerrar resultados o el intentar dormir los partidos cuando éstos se vuelven algo locos, sí, pero el niño demuestra que se puede confiar en él, lo que nos llena de orgullo maternal. Y a nosotros, ustedes y yo, que vemos a este Atleti como si fuéramos sus madres, hace que se nos caiga la baba. Eso lo saben aquí y en la Patagonia.

– Cosme, hijo, ¿te has tomado los cereales?

– No mamá, ya no tomo cereales desde que se me cayeron todos los dientes. Además, me alteran la glucosa. Uno tiene que cuidarse cuando cumple noventa años….