lunes, 29 de agosto de 2011

Atléticos de nuevo cuño (o Chop Suey de horarios, como prefieran)


– ¡Huang Ho, vamos para casa! Y deja de jugar con el perro que coge sabor si suda mucho.

El mozalbete de cara sucia entró en la casa familiar y se sentó en una de las esterillas que reposaban en el suelo para tal efecto. El padre, Huang Ho Tse, había tenido que explicar al niño en los días previos que ese jugador cuyo nombre coronaba el diez de la camiseta rojiblanca que nunca se quitaba ya no estaba en el equipo. Finalmente el niño había accedido a tomar como nuevo ídolo a Falcao, no sin antes haber tomado como referencia de transición a Forlán, lo que obligó a su progenitor a tener que argumentar que no era posible elegir al uruguayo porque también él se iba a ir. Los dos juntos habían borrado de la camiseta el nombre pretérito para colocar el del colombiano con esa facilidad con la que se borran este tipo de cosas en los productos oficiales licenciados del club que se adquieren en Asia. Se frota la superficie con una solución de hoja de bambú y de arena fina de coral y ya se puede serigrafiar lo que uno quiera. Aún así, Huang Ho Tse le dijo que no esperara ver al nuevo fichaje sobre el césped, que faltaba el transfer, un trámite para europeos y latinoamericanos que era difícil de comprender para ellos por el choque cultural.

La tele se veía con una neblina extraña, como si algún fuerte viento monzónico hubiera movido la antena que tan precariamente habían instalado en el tejado. Era la primera vez que juntos iban a disfrutar del partido en directo del Atleti, se acabaron los videos descargados de baja calidad y la repetición de las jugadas más interesantes en youtube. Ahora su hijo podría sentir qué era sentirse colchonero en vivo sin importar la distancia gracias a un horario pensado para gente como ellos, aficionados asiáticos a la mejor liga escocesa del mundo. Para ayudar en el rito iniciático esperaban sobre la mesa baja los aperitivos dispuestos para aplacar hambre y nervios a partes iguales: Mucho arroz repartido en cuencos de todos los tamaños junto a arañas fritas, brochetas de caballitos de mar, saltamontes rebozados y otras viandas igual de apetitosas, ya que en el sudeste asiático no se estila eso de abrir el bote de aceitunas negras o atiborrarse de cortezas de cerdo.



Comenzó el partido. Huang Ho Tse constató que la intención del equipo era prescindir de las ataduras carnales del pelotazo. Se notaba otra tendencia, una filosofía basada en las triangulaciones y en la limpieza a la hora de sacar el balón. Se había prescindido del famoso pelotazo a la cabeza de Reyes como principio y fin del juego. El equipo trabajaba con paciencia, siguiendo las enseñanzas de El Arte de la Guerra, esas que dicen que debes conocer a tu enemigo más que a ti mismo. No fue suficiente ya que todas las embestidas rojiblancas morían frente a la gran muralla dispuesta por el equipo navarro. Una intención buena que no estaba siendo premiada con el gol. Uno de los elementos fundamentales de la materia, la madera, privó en dos ocasiones de alcanzar el objetivo buscado por los caminos de la sabiduría futbolística. Manzano meditó. Miró en su interior y vio que la posible solución pasaba por la inclusión de uno de los nuevos fichajes, mitad europeo sí, pero también mitad asiático por su pasado en Estambul. Se intentó. Se buscó la verdad futbolística por caminos no transitados en los últimos tiempos. Se hizo casi internacional a un portero con nombre de novillero. Pero, a la postre, quedó un sabor agridulce. Deja un poso de plato bien especiado al que le falta el ingrediente principal. Nuestro ying es que jugando así, se recogerán los frutos, nuestro yang, que sin gol toda la filosofía se convierte en polvo.

Huang Ho salió del salón al acabar el partido algo desilusionado por el resultado. El padre accedió a la tienda por la puerta que comunicaba con la vivienda y se reunió con su esposa.

– Le he visto salir triste –dijo ella.

– Le queda mucho por aprender –sentenció Huang Ho Tse–, al igual que el agua busca su camino entre la montaña, él debe saber que no todo es fácil.

La conversación se interrumpió por la entrada en el local de una familia ataviada con camisetas y bufandas rojiblancas:

– ¿Tienen pan? Dos barras entonces –dijo el cabeza de familia ante el asentimiento de la señora Huang.

– Juan José, compra también un Red Bull para Juanjo, a ver si se espabila, que con estos horarios de partido y a las horas a las que llega de fiesta no ha pegado ojo –dijo la madre mirando las ojeras de oso panda que mostraba su retoño–. Y una latita de callos, que no hay comida hecha.

– ¿Saben ustedes qué estación de metro nos pilla más cerca? ¿Acacias o Embajadores? –preguntó el padre después de pagar.

– Embajadores –respondió solícitamente Huang Ho Tse que volvió enseguida a sus cosas mientras pensaba en el buen hacer de la liga de futbol profesional y su preocupación por los aficionados asiáticos que trabajaban en turno de tarde.

viernes, 26 de agosto de 2011

Finales de verano, ¿principios de algo más?


Venciendo sus reticencias y arrastrado por su cuñado, Higinio se acercó al bar del camping a ver el partido de vuelta de la segunda ronda previa a la fase de grupos de la Europa League ¡Madre mía, cuánto título! Más que un partido parecía una película costarricense con subtítulos en moldavo, pensó. Sus reticencias se basaban en el cómodo resultado de ida y la flojedad del adversario, todo ello regado con esa falta de ilusión que había brotado en muchos como él tras las noticias veraniegas. Había que tener en cuenta también las previsiones que vaticinaban un empeoramiento generalizado del tiempo, lo que podía acarrear que esa tarde pudiera disfrutar del último baño del verano antes de volver a la dura rutina. Finalmente, la insistencia del pesado del marido de su hermana desniveló su lucha interior en el descuento, no sin antes pegarse un baño rápido de esos que te dejan bañador y parte baja de camiseta mojados toda la tarde con gran riesgo en los que padecen de lumbago de sufrir una noche toledana.

Antes siquiera de localizar una mesa para esparcirse, vieron desde la barra la transformación por parte de Gabi de un penaltito torpe que disipaba cualquier duda que los más pesimistas pudieran tener. En vista de las similitudes con el partido de vuelta de la anterior eliminatoria, ese emocionante encuentro ante el Estrógenos noruego, Higinio decidió llamar a su mujer aprovechando la tarifa dual que les proporcionaba llamadas ilimitadas entre ellos a 0,08 céntimos siempre que llamaran entre las 8:35 y las 8:43, en jueves de eliminatorias europeas y si no utilizaban más de cinco palabras por frase:

– Chica, ¿os venís al bar?

– ¿Y eso? –terció su mujer mientras intentaba localizar a sus vástagos en medio de una rueda de reconocimiento de niños arrugados tras diez horas de baño en la piscina.

– Echamos la tarde –explicó Higinio mirando por el rabillo del ojo como las ocasiones se sucedían a favor de los colchoneros.

– Venga, en nada estamos

– Vamos pidiendo y hacemos merienda-cena –dijo Higinio antes de colgar, quedándole una sensación de azar por no saber si la operadora de telecomunicaciones consideraría merienda-cena como una palabra o como dos, lo que podría desequilibrar la balanza de pagos familiar.

Ya sentados, ordenaron las viandas y pidieron una jarra grande de sangría, que en el bar del camping la hacían muy rica, no muy fuerte y con trozos de melocotón flotando, como debe ser. Llegaron las damas y empezaron a conversar de cosas de esas de las que se conversa cuando muere el verano: de regresos escalonados, de cómo estará la casa de sucia, del uniforme de los niños, de si habían oído lo de los actos conmemorativos del trigésimo aniversario de la reposición en la que Chanquete vuelve a morir de manera consecutiva. De todas formas, la conversación decaía con facilidad sorprendentemente, y no porque ya no tuvieran nada que decirse después de que ocho personas y un perro de tamaño mediano hubieran pasado trece días en 15 metros cuadrados, no, aunque eso tal vez influyera. La razón del decaimiento era que las miradas por el rabillo del ojo a la pantalla de plasma se convertían sin pudor en miradas concentradas ante el juego del Atleti. Se veían triangulaciones, se veía a un equipo bien posicionado, se veían oportunidades, se veía un centro del campo y unos delanteros con movilidad, se veía una defensa solvente en la que destacaban unos laterales que llegaban a la línea de fondo. Se veían goles marcados y alguno fallado que pudo haber acallado más a la concurrencia.



En el descanso, la conversación se avivó pero abandonando los lugares comunes del final del estío para empezar a hablar sobre sistemas y sobre presiones en basculación. Sobre que Gabi cada vez convence más y Silvio y, sobre todo, Adrián nos tienen medio enamorados. Ni siquiera la esperada llegada de unos chipirones a la plancha con su ajo picado y su perejil por encima y un pegote de alioli en banda cambiaron el rumbo de las reflexiones: que si Perea siempre cumple, que si este portero belga tiene buena planta…

Fue solo una isla de palabras. Comieron y disfrutaron de la segunda parte en un silencio solo roto por el ruido de cubiertos. Vieron dos goles más. Vieron a un lateral que pone centros de los que llevábamos tiempo sin ver. Vieron a un Reyes menos individualista que de costumbre. Vieron otra vez a Koke. Vieron a un delantero asturiano que no merece el banquillo cuando los nuevos fichajes se acoplen a la titularidad. Vieron, incluso, a Salvio menos cargado de hombros y con mejor porte. Vieron cosas donde no se esperaba casi nada.

Al finalizar el partido, algo había pasado. Estaba claro que el rival no era el más indicado para precipitarse y sacar conclusiones ni euforias. Pero esa desilusión que ha reinado durante todo el verano empezó a dejar sitio a un cosquilleo raro. Extraño y desconocido por inusual en los últimos tiempos. Un cosquilleo que invitaba a contar los días hasta el domingo y ver el debut en liga. Un rayo de esperanza al que se debe dar la bienvenida. Aunque sea precipitado.  

– Chica, ¿nos queda ibuprofeno? –preguntó Higinio llevándose la mano a la parte baja de la espalda.

– Alguno debe de quedar –dijo de manera escueta su mujer dirigiéndose hacia el botiquín y reparando mientras saltaba sobre una cama plegable en que el niño que dormía donde el pequeño no era suyo ahora que se le había tensado la piel. 

miércoles, 24 de agosto de 2011

Maletas sin deshacer


Diego se levantó un par de minutos antes de que sonara el despertador. No había dormido bien. Una noche llena de sueños sin demasiado sentido, de esos en los que juntas a los amigos de siempre con los compañeros de trabajo en escenarios igualmente mezclados. Tras la ducha, abrió la maleta para coger una camiseta y un pantalón con el que ir al entrenamiento. De un tiempo a esta parte nunca deshacía la maleta. A lo mejor iba algo arrugado, pero era un precio que estaba dispuesto a pagar en aras de la agilidad. Llevaba ya un par de años con esa costumbre ¿El motivo? Tal vez mañana fuera el día en el que tendría que coger los bártulos. Tal vez pasado mañana se viera obligado a empacar su vida hacia otro destino.

Ya no era el tipo sonriente de hace un tiempo. Nunca había sido la alegría de la huerta, no nos engañemos, pero las sonrisas se vuelven menos amplias cuando alrededor de tu figura flotan informaciones que te acusan de egoísta, de mercenario, de rubia a la que no se le pasa el balón o directamente de maricón. Él era consciente de que su último año no fue bueno deportivamente. También asumía los errores cometidos, como aquella vez en la que se le ocurrió mandar demasiado lejos a algunos que gastaban poca paciencia y menos memoria hacia él. Otro error que se atribuía era el de no haber hecho frente debidamente a aquel enjuto ejecutor de las órdenes de los de arriba que no paró de señalarle impulsado por esa determinación que obtienen los mediocres cuando se les da alas interesadas. En fin, la vida. Con sus pros y sus contras. Con todos los goles que parieron gritos de alegría y brazos al cielo y con gestos feos y alguna carrera de menos.

Con todo, si tuviéramos que poner en una balanza lo bueno y lo malo, lo positivo gana por goleada. Lo malo, aunque más reciente, necesitaría un profundo análisis de esos que se hacen mordiendo la patilla de unas gafas de pasta: no es fácil andar con un cartel de se vende por la vida; no es normal firmar renovaciones con nocturnidad y alevosía, lejos de actos que todos tuvieron y que podrían haber sido amenizados por el presentador de galas a sueldo, ese Gonzalo Miró que se ha erigido en nuestra Anne Igartiburu; no es lógico que nadie esté a tu lado cuando recoges botas y balones de oro de bastantes quilates. Nada es lógico ni normal, en definitiva. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte.

Recorrió el camino hacia la ciudad deportiva reflexionando sobre si sería la última vez que haría ese trayecto. Vaya usted a saber. Nadie ha salido a desmentir eso de que se va. Algo que se ha convertido en costumbre cuando de él se trata. Si fuera cierto, nos quedaremos con las imágenes que nos dejó grabadas en la retina: tal vez nos queden los disparos certeros desde distancias desaconsejadas,  a lo mejor unos abdominales imposibles aireados en la noche de Liverpool, seguro que un remate en semifallo que nos devolvió algo grande en tierras alemanas. Si no, deberemos asumir que él es como es. Sabemos que nunca besará escudos con esa facilidad con los que otros lo hacen pero también sabemos que no engañará, que no apuñalará las ilusiones de muchos por la espalda. Sea como sea, gracias.



– ¿Si? –dijo Diego descolgando el teléfono mecánicamente.

– ¿Diego? Soy Daniel. Necesito que te vengas para acá. Vete haciendo las maletas.

– Las tengo hechas, Daniel. Las tengo hechas.

viernes, 19 de agosto de 2011

Casi de milagro


Los pasos apresurados del secretario papal resonaban con fuerza en el nocturno silencio que envolvía la sede de la Nunciatura. Un guardia suizo de acusado parecido con Rafael Wicky se hizo a un lado viendo el rictus serio del funcionario vaticano, comprendiendo que no se trataba de un tema baladí si a esas horas alguien quería acceder a las estancias privadas.

– Pater –dijo suavemente acercándose a la cama–. Mi dispiace annoiare, ma c'è un urgente bisogno. Qualcuno vuole parlare con voi.

(A partir de este momento, y como protesta ante la fiabilidad de los traductores gratuitos on line, cambiaré del idioma de Dante al de Cervantes, no vaya a ser que alguien se pierda la esencia del suceso, de por sí ya inquietante)

El cardenal Torrisi, todavía algo amodorrado, se vistió deprisa y pasó a la antecámara donde le esperaba un joven cura de aspecto desasosegado. Una vez hechas las presentaciones, tomaron asiento y el nervioso sacerdote tomó la palabra:

– Ilustrísima, como le ha comentado el secretario Venturín, mi nombre es Tancredo. Ejerzo mi ministerio en un pueblecito muy pequeño de la meseta manchega. Un pueblo tranquilo, sin nada demasiado aparatoso: algunos falsos testimonios, disputas por lindes que acaban a guantazos y alguna oveja descarriada en la que la llamada de la carne es de una intensidad apreciable. Aprovechando la visita del Santo Padre, me he acercado a casa de mi hermano, que vive aquí en Madrid. Él es católico, claro, pero no es practicante, bueno sí, pero no en ese sentido. Es ATS en un centro de salud del barrio de Canillejas. Les comento esto, para que se muestren indulgentes con su manera de santificar las fiestas asistiendo al fútbol los domingos y algunos días entre semana. Su insistencia hizo que tras el acto presidido por su Su Santidad me acercara con él a ver un partido del equipo de sus amores. Hasta ahí todo normal, la parroquia se congregó en menor número que de costumbre porque la fe está algo en decadencia por aquellos lares. Sepan ustedes que la grey rojiblanca siempre ha destacado por una fe que mueve montañas y cursos de ríos, pero últimamente anda floja, se está volviendo un poquito descreída, vamos –aclaró Tancredo mientras sus interlocutores guardaban un silencio expectante–. Y entonces…–continúo insertando una teatral pausa­–, comenzaron las señales.

– Ahí, ahí –dijo el secretario impaciente por la locuacidad incontenida del párroco rural–, vayamos a lo de las señales.



– Pues bien, la feligresía colchonera andaba en otra sesión de penitencia conjunta por lo que sucedía sobre el campo. Un nuevo episodio de infinita paciencia digna de Job. Alguna oportunidad, algún detallito, pecadillos veniales al fin y al cabo. Lo que yo les diga, la travesía de un desierto de juego y emociones. Lo más destacado hasta entonces había sido una transfiguración de números, el diecinueve pasó a ser el diez, algo si no excepcional, por lo menos chocante y la no presencia del hijo pródigo charrúa, al que se le han dado raciones de cal y arena a partes casi iguales de un tiempo a esta parte. De repente, se produjo una anunciación, la venida de un mesías del gol de una manera un tanto prosaica: a través de los videomarcadores. Todo cambió. Un integrante de la otra congregación fue invitado a abandonar el partido por pecar gravemente contra los tobillos del prójimo. Algunos que parecían casi muertos empezaron a andar de nuevo, incluso a corretear elevando rodillas. Un mediocentro con nombre de arcángel empezó a repartir juego y otro con nombre de apóstol en su versión lusitana dejó de tropezar tantas veces con la misma piedra. La parroquia empezó a llenarse de un gozo contenido que estalló en júbilo justificable cuando un buen samaritano del área, de nombre Adrián, se puso a repartir óbolos en forma de asistencias de gol ¿Y quién fue el destinatario? Nada menos que un profeta, hasta ahora calladito, pero que ayer vaticinó el pase a la fase de grupos de la peregrinación europea.

– ¿Y apariciones hubo? –interrumpió el secretario.

– Alguna por banda. Silvio muestra cositas y Filipe parece más metido, pero para calificarlo de apariciones no da, mire –aclaró Tancredo con desenvoltura–, sí parece que habrá un sacrificio, probablemente el de Salvio.

– Padre Tancredo, por lo que usted cuenta no podemos inferir que la curia tenga que poner los sucesos bajo investigación. No me parecen hechos tan sobrenaturales y, ni mucho menos milagrosos. Creo que se ha precipitado usted viniendo, que tenemos unos días algo ajetreados para estas cosas.

– ¿Ni mucho menos milagroso? ¿Le parece a usted poco milagro que gane un equipo con un solo delantero en plantilla? ¿No califica de milagro que casi tres meses después haya llegado el sustituto de ese que se ha ido a territorio anglicano? –justificó levantando la voz el aludido–. Si hasta tenemos a un tullido curado, que ayer casi convocan a Asenjo.

– Padre, la audiencia ha terminado –dijo el cardenal Torrisi levantándose y abandonando la sala no sin antes fulminar con la mirada al padre Venturín.

El secretario acompañó al padre Tancredo a la puerta del edificio pausadamente, reflexionando sobre si se habría precipitado al juzgar los hechos relatados por el visitante cuando sus pensamientos fueron interrumpidos por el curilla:

– Siento haberle dejado en mal lugar, padre Venturín. A mí los sucesos me parecían significativos.

– Lo sé, padre, lo sé. A mí también me pareció un milagro que muchos se fueran contentos a casa. Cosas del género humano, siempre dispuesto a poner la otra mejilla. Vaya con Dios y medite sobre la capacidad de perdonar en la parroquia atlética. Eso sí que no tiene límites. A cada mala nueva le sigue otra peor y ellos siempre venciendo la tentación de mandar todo a paseo.

– Tiene razón padre, ¿Qué será lo siguiente?

– Solo Dios sabe ¿Qué más da? De ciertas cabezas solo se pueden esperar ideas peregrinas.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Un año de Agonía

Fíjense qué cosas. Parece que fue ayer, o al menos anteayer para caer en exageraciones, y esta Agonía del Mediapunta nuestra ya cumple un año. Fue alumbrada en un ambiente casi festivo por el título europeo ganado y aquella final perdida y ganada a la vez que nos hicieron andar con el pecho henchido en los días anteriores a su venida al mundo. Antes casi de que se le pusieran las primeras vacunas, se encontró de frente con otro título: una Supercopa monegasca que auguraba un periodo diferente, un punto de inflexión en los años de aguante que nos ha tocado vivir por obra y gracia de las apropiaciones indebidas y de las cooperaciones necesarias. Nada más lejos, esos triunfos se saborean ahora con un regusto amargo de casualidad y de oportunidad perdida. Lo que debió ser un trampolín hacia mayores cotas ha migrado a salto temeroso hacia una piscina casi vacía en la que intentamos zambullirnos sin darnos un planchazo de esos que dejan colorada la espalda y la moral.

Aún así, un buen puñado de seres humanos y algún robot experto en protocolo, pasan por aquí unidos en su mayoría por el factor común de su amor por los colores rojiblancos. Lo hacen para comentar de igual manera la, a veces desesperante, actualidad atlética y las majaderías que a uno se le ocurren, sacadas a la luz con la noble función de no dejar que ciertas ideas se queden macerando más tiempo del necesario en la cabeza, hecho que pudiera ser considerado un atentado contra la propia salud del que suscribe.



Hablando de saludes, la de la Agonía es sorprendentemente buena. Solo debo desde aquí mostrar mi agradecimiento a los que se dejan caer por estos lares o por las redes sociales, que es algo que queda muy bien decir en estos tiempos, para leer semejantes tonterías. A los veteranos y a los recién llegados. A los que comentan asiduamente y a los que esperan silenciosos su ración semanal. A los abonados, a los que han dejado de serlo y a los que no lo fueron nunca. A alguno que otro que reparte sus cariños entre otros equipos pero que siempre ha mostrado respeto. A las morenas y a las rubias, con las que hemos vivido episodios de amor y de odio, de tocata y de fuga. A los centrocampistas de toque y a los delanteros rompedores, por su lucha continua contra la aparición de mediapuntas silvestres. A los que sobrepasan los cincuenta y a los que no tienen edad para conducir. A los compañeros de otros blogs, para que sepan que ha sido un placer conocerles, en algunos casos personalmente, y compartir este año con ellos. A los colegas de Facebook y Twitter, por esa irresponsabilidad manifiesta que demuestran al seguirme. A los amigos de La Vida en Rojiblanco por ofrecerme la oportunidad de poder llegar a más gente. A mi familia y amigos por estar ahí. Y sobre todo, a ese seguidor del Atleti que sigue notando como crece la sensación de tener mariposas en el estómago a medida que se acerca la hora del partido. Se lo agradezco y se lo dedico con el deseo de que ni él ni ella vuelvan a irse a casa avergonzados por el presente de una institución que fue modélica. Para que este presente que nos ha tocado lidiar no sea capaz de hacernos dudar ni tan siquiera un segundo del por qué elegimos en su momento esta manera de vivir y para que con el esfuerzo de todos se pinte el futuro esperanzador de un Atleti libre.

Les espero por aquí siempre que ustedes quieran y el tiempo y la autoridad lo permita. Un abrazo y Forza Atleti.

jueves, 11 de agosto de 2011

Indignación en retirada por el consumo de vinos de Rueda


Y por fin llegó uno. De fichajes les hablo. Arda Turán, jugador que ya el año pasado se barajó para sustituir al impar Jurado. En condiciones normales, uno, que lleva muchos años viendo un desfile de fichajes inspirado en “La parada de los monstruos” de Tod Browning, podría ojear el periódico y pasar rápido de página en dirección a las páginas polideportivas o a las del fútbol modesto, ése que demuestra muy poca solidaridad con los aficionados de Taipei o de Camboya quejándose de los horarios matinales. En la situación actual del equipo y viendo solamente raspas en el plato de las ilusiones tras los hábiles movimientos veraniegos, no es poco decir que al menos tenemos ganas de catarlo, como a los melones.



Expertos en futbol bizantino y otomano en particular dicen de él que tiene clase por arrobas, que tiene también un carácter un poco difícil y que físicamente no da para correr una media maratón. Rápidamente, empezó a correr como la pólvora el rumor de que sí, de que se había vuelto a fichar a un nuevo mediapunta de manual. Evidentemente, el pueblo se echó a la calle a protestar de manera más o menos organizada y se entremezcló con otros ciudadanos que también se concentraban por causas de menor calado que la llegada del Jurado de Anatolia: los había indignados con los indignados, indignados intrínsecamente, indignados con la calificación de la deuda española que otorga la agencia Standard de Lieja e indignados con eso de que en las rebajas no devuelvan el dinero en metálico cuando el pantalón le tira a uno de sisa. Ante tanta indignación, el indignado rojiblanco atenúo la suya, se dejó llevar por la masa indignada y hasta llegó a olvidar el motivo de su salida a tomar las calles. Posteriormente, y tras regar su indignación y la de varios de sus congéneres con unos blancos de Rueda, empezó a pensar que el fichaje del turco pudiera ser un buen fichaje. Hubo alguno incluso que lo comparó, físicamente y en su juego, con aquel rumano apelado como el Maradona de los Cárpatos que paseó su anatomía por los dos equipos que no pueden jugar en casa en horario monzónico. Llegado a este punto, una sensación de conmoción neutra se apoderó de los anteriormente indignados colchoneros que incluso admitían a regañadientes que tal vez un mediapunta no sea una cosa tan dañina en los tiempos que corren. Finalmente, miraron el reloj, vieron que se les hacía muy tarde y se fueron para casa en transporte público para amortizar el abono que ellos creían pagado religiosamente antes de saber de la existencia de tarifas laicas.

Durante el trayecto, el traqueteo hace que los aficionados reflexionen y saquen a ese entrenador que todos llevamos dentro, aunque sea un entrenador pequeñito, de chándal azul marino con rayas laterales y parecido a Quique Camoiras. Los aficionados andan preocupados por las noticias que hablan de incorporar a dos delanteros a la causa. Tienen grabadas en la retina imágenes de delanteros que se lo guisan y se lo comen sin mucho acompañamiento de su centro del campo. Tienen en mente dibujos plagados de delanteros, algunos de ellos disfrazados de interiores y se acuerdan de que llevamos bastante tiempo con el equipo partido. Se acuerdan de Maniche y su capacidad para partir y trocear al equipo como un mago serrucho en mano. Empiezan a enumerar interiormente los nombres de algunos centrocampistas que se nos han escapado cuando se debería haber hecho un esfuerzo para ficharles: Borja Valero, Cazorla, Silva, etc…y a otros que nos vendrían muy bien como por ejemplo el hijo de Mazinho.

Entonces, los seguidores, ya a punto de llegar a su parada, se convencen de que trayendo ese tipo de jugadores en el medio tal vez no sean necesarios tantos delanteros. Sin darse cuenta empiezan a gesticular exageradamente porque el entrenador que llevan dentro es ahora David Vidal y recolectan las miradas de sus acompañantes de vagón. Pero a ellos no les importa. Lo han visto claro. Se necesitan jugadores así en el centro del campo. Puede que la revelación sea fruto de la indignación inicial que ha dejado paso a un estado de felicidad o puede que sea fruto de un excesivo consumo de los caldos de Rueda. Lo que está claro es que si hubo más de uno y más de dos aficionados que llegaron a la misma conclusión en distintos puntos desperdigados por la red de transporte público, por algo será. 

viernes, 5 de agosto de 2011

Gilmarinismo tardío

Andaba la prensa ocurrente en los días previos al partido. “Drama en Drammen” fue el titular más repetido. Cosas de la prensa, siempre rápida y ocurrente a la hora de buscar titulares con chispa y lenta y colaboracionista a la hora de denunciar ciertos atropellos.

Pasado ya un cuarto sobre las seis de la tarde, los aficionados atléticos se dejaron caer en sus sofás con cheslones. No tenían muy claro si la hora combinaba más con té y pastas o con cerveza y cortezas de morro, pero iban preparados para un partido de sustos. Un partido de esos en los que estás obligado a ganar fácil e incluso golear, pero uno de esos que no es muy difícil de encontrar en el armario de nuestra historia desde que se inició este glorioso periodo como sociedad anónima. Hace ya bastantes años, estos partidos ni se verían. A nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido acortar la partida de tute o cancelar la cita con el callista por algo así. Total, ¿para qué?  Estos encuentros son para ganarlos cero a siete, diría en otras épocas algún colchonero echado p’alante con un cigarrillo pegado a las comisuras. Ahora no, ahora tenemos la memoria repleta de Timisoaras, Groningens y Ofis Cretas y no fumamos salvo en las bodas y bautizos. En la actualidad, estos partidos exigen un gran trabajo psicológico con la plantilla y una aclimatación progresiva al césped sintético ¡Que por algo así, no sea! Dice un notable representante de la corriente de pensamiento que impera en el club, esa que sienta su base en aparentar que lo fácil es muy difícil, esa que se basa en dar mucha más importancia de la que tiene a lo que se hace, esa de la que se han hecho adeptos  profesionales tan reputados como los compulsadores de fotocopias, esa, esa. El Gilmarinismo tardío.

Los seguidores del movimiento, llamados gilmarinistas tardíos en un alarde de originalidad, son partidarios de hablar pausadamente e interpretan balances muy a su manera. No se sonrojan a la hora de darle la vuelta a una gráfica impresa en cartulina para que la caída casi en picado parezca un crecimiento sostenible. Hablan de refuerzos que están a punto de venir, hablan de flecos, pero no gustan de profundizar en las causas por las que las jóvenes estrellas piden la salida de mejor o peor manera. El gilmarinista tipo recorre compulsivamente autovías de circunvalación soterradas parcialmente escudándose en los nervios pero muestra temple a la hora de descalificar a grupos de aficionados que asisten con preocupación a la sucesión de acontecimientos circenses. Aún así, lo más peligroso de estos individuos es su estrategia, la mismita que la del calamar. Echar tinta muy negra sobre todo lo que ocurre no vaya a ser que a alguien al que se le den muy bien las matemáticas, sume dos, veinte y cuarenta y cinco, reste cuatro y tres y no le salgan las cuentas por más que haga la prueba del cociente. Entonces, y solo entonces, el gilmarinista, al verse acorralado, hará un postrer movimiento para intentar subsanar solo en parte el problema estructural. Normalmente, este movimiento no es diferencial, manera más edulcorada de indicar que se trata de un nuevo episodio del castizo “tener tos y rascarse la barriga”. Siempre, el movimiento suele producirse como contingencia o plan de ajuste, nuevos modos de referirse a la expresión “a buenas horas mangas verdes”, lo que explica y justifica la etiqueta de tardío que califica a la corriente.

Una vez explicado el fenómeno, tal vez entiendan ustedes mejor el por qué del susto que se apodera del aficionado atlético en ocasiones tan señaladas como ésta. Pero ayer no fue así, mire usted por dónde. Ayer un gol tempranero de Adrián, jugador que al que suscribe cada vez le convence más, nos sacó el susto de la boca del estómago para hacernos pasar una tarde plácida. Una tarde en la que disfrutar del fútbol y de la superioridad de nuestro equipo. Un choque que pudiera servir de transfusión de ilusión en el casi seco torrente sanguíneo de la masa atlética. Pero quiten, quiten, se convirtió en una tarde perdida. El mismo episodio visto tantas veces de la serie ramplona. Un nuevo suficiente raspado en un examen del que se conocen las preguntas de antemano. Más de lo mismo. Más casi nada que llevarse a la boca. Ojalá que algún gilmarinista tardío con mando en plaza sea capaz de reflexionar sobre lo que se ve y se espera y reaccione. Y ojalá también que esa reacción no llegue demasiado tarde, como de costumbre.



 – ¡Cenizo!, ¡Agorero!, ¡Mal atlético! –increpaba un conocido gilmarinista tardío a un parroquiano que expresaba su pesimismo–. ¿Y del gol de Reyes no dice usted nada?

– Pues, no. Pero no por nada. Es que al final el callista me hizo un hueco a las ocho en punto y me lo perdí. Otra vez será ­­–dijo calmadamente mientras intentaba resarcir el plantón de ayer pidiendo una ronda de cafés para sus compañeros de tute.