sábado, 25 de diciembre de 2010

Regalo navideño para fans de la Agonía del Mediapunta

Tomen esta historia como un regalo navideño sin ánimo de crear polémica o debate. Se trata de una vuelta a la esencia de la Agonía. Una manera de entretener y homenajear a los fieles que me acompañan desde el principio o los que se acaban de incorporar a esta, su casa. Va dedicado especialmente a aquellos que se siguen sentando en las cenas propias de estas fechas al lado de ese cuñado que les cae tan gordo. Para los que prefieren comprar en el colmado en vez de en las grandes superficies. Para los que se resisten a dar al trapero sus viejos casettes de música esperando un nuevo esplendor para el soporte. Para los que consideran que el cuarto y mitad sigue siendo una unidad de medida indispensable a la hora de adquirir fiambre. Para los “mediapuntistas” o para “los agónicos” y también para Doña Eufemia, a la que seguro gustarían mucho las tontadas que se le ocurren a su nieto.
Va por ustedes con mis mejores deseos…
-Muy buenas ¿Qué tal se presenta la noche? –dijo a modo de saludo Ordóñez, el más veterano de la Secretaría de Deportes del Ministerio de Asuntos Vampíricos, aparentando un interés por el trabajo que todos sabían perdido desde hace mucho tiempo.
-Como siempre Don Aurelio, muy liada –respondió Carlitos, el becario-. Hoy nos toca censar y catalogar varios expedientes.
-¡Ay Carlitos, qué duro es el trabajo! Cuando yo me saqué la oposición, no se echaban tantas horas y podíamos escaparnos a tomar un pinchito de morcilla o de sangre encebollada a medianoche. No te envidio Carlitos, no te envidio–respondió mientras el becario le miraba con esa admiración que provocan los caraduras.
Aurelio Ordoñez llevaba en la Secretaría desde su creación, a la que llegó trasladado de otro Ministerio, de un puesto importante decía él. Acumulaba 237 trienios y poseía una habilidad casi sobrenatural para manipular los fichajes e interpretar siempre a su favor las normas sobre cómo coger las vacaciones. Se acercó al tablón de anuncios después de sacarse de la máquina un café bien calentito y anunció en voz alta que él hoy iría a censar a un equipo femenino de baloncesto.
-Lo de la carrera ciclista se lo vamos a dejar a Sánchez, que a mi esa sangre me repite mucho, yo no sé qué le echarán. Carlitos, ¿cuánto tiempo llevas tú convertido? –inquirió.
-Casi catorce años Don Aurelio, trece de ellos aquí, ya estoy a punto de que me hagan interino.
-Claro, cosas de los que habéis entrado con el convenio nuevo. ¿Y por qué te quisiste presentar?
-Por la seguridad, porque siempre me ha parecido elegante llevar una capa como Ramón García y por lo que se liga como vampiro.
-¡Vaya picarón, qué bien os ha venido a los de tu edad esas gilipolleces como Crepúsculo!
-Se hace lo que se puede Don Aurelio, como todo el mundo.
-¿Y a ti que toca hoy Carlitos?
-¡Mi primer partido de primera división! –respondió ansioso el joven-. Voy al Calderón, a censar a los jugadores del Atleti.
-¡Uy, los jugadores del Atleti! Pues no he censado yo de esos desde que entré aquí: Luís, Gárate, Pereira, Leal, Futre, Caminero, Pantic y hasta una noche censé a Arteche.
-¿Y cómo fue Don Aurelio? ¿A qué sabían?-preguntó Carlitos con los ojos como platos.
-Sabían mejor que ninguna de las que hayas probado en el mundo, te lo digo yo he catado sangres de practicantes de todos los deportes. Como la sangre de un auténtico Atlético no hay ninguna.
-Pues que suerte tengo, ¿no? –dijo sonriendo el funcionario de nuevo cuño casi relamiéndose.
-No Carlitos, no. ¿Por qué te crees que hace tiempo que ya no voy a censarlos? Ahora saben de otra manera. Ya no es esa sangre rojiblanca que te dejaba regusto a fruta en la boca, la sangre que se ponía en las bodas de alto copete. Las últimas añadas han salido malas, aunque el año pasado salió una buena cepa, pero fue de chiripa.
-¡Ah!-respondió con decepción Carlitos, retrayendo con bisoñez los colmillos.
-¿Y sabes lo peor? ¿Sabes por qué lo dejé? Pues porque hace un par de años censé a un jugador del Atleti que no es que no supiera bien o que tuviese la sangre mal conservada como consecuencia de la interrupción de la cadena del frío, no. Era que no tenía sangre directamente –dijo Aurelio con el énfasis que da la veteranía.
-No me asuste Don Aurelio, que si me encuentro algo así soy capaz de desmayarme –exclamó azorado.
-No te preocupes Carlitos, no te lo vas a encontrar. Ahora su expediente lo lleva la sucursal del ministerio en Alemania.


Feliz navidad a todos....

jueves, 23 de diciembre de 2010

La Copa Navideña

Supongo que a nadie de ustedes le habrá tocado la lotería, ¿no?
-No Don Emilio, sepa usted que a mí me ha tocado lo que jugaba en una participación de cinco euros que llevaba a medias con mi cuñado. Aunque bueno realmente solo jugábamos cuatro euros, el resto era donativo para el viaje de paso del Ecuador de mi sobrino, que estudia para higienista dental.
-Bueno, siempre los hay con suerte en la vida. Que usted lo gaste con juicio.
Pues dándo de antemano la enhorabuena a los premiados, vamos con la historia de hoy, evidentemente de tintes navideños:
El Sr. Guzmán, director de la empresa, accedía sólo una vez al año a mezclarse con el vulgo con motivo de la copa navideña. Le gustaba constatar que tradiciones como el “efecto paloma” seguían vigentes en el imperio que fundó su padre. La teoría del “efecto paloma” sentaba sus bases en el axioma de que si apareces con comida y bebida por la oficina, los empleados se arremolinan alrededor zureando, pero si por el contrario te acercas sigiloso con ánimo de que se tramite un pagaré o una nota de abono a 90 días se dispersan lo más rápido que pueden.
-López, póngame al tanto del estado de daños- exigió el director al pelota oficial antes de iniciar la ronda de brindis golpeando con su tenedor de plástico la copa de cava (de plástico también, claro).
-Señor Guzmán, con los datos recogidos hasta esta hora y teniendo en cuenta que no encontramos a nadie de Seguros en un estado de consciencia mínimamente presentable para reportar, la participación en el sarao ronda el 75 por ciento. Solo se han producido incidentes reseñables entre las mesas de los de Riesgos por una polémica sobre en cuál de ellas se había servido más queso curado. Por otra parte, se ha sorprendido en los lavabos y con claros síntomas de ajetreo al jefe de Ventas con su secretaria, la de usted vamos, dicen que repasando el balance de fin de ejercicio.
-Total, lo de siempre –respondió con hastío el jefe máximo–. Hable con los del catering, que no reparen en servir bebidas espirituosas.
El Sr. Guzmán tenía especial interés en que sus asalariados bebieran más de la cuenta en esta copa navideña porque tenía previsto comunicar la ejecución del ERE total que le habían autorizado los del ministerio. Aún así, como buen experto en comunicación y presentaciones efectivas había preparado un par de sorpresas adicionales: un grupo de bailarines y bailarinas de calendario (por llevar poca ropa, no por santos) y una cesta para cada empleado que incluía una paleta ibérica de cebo con muy buena pinta, que lo cortés no quita lo valiente.
Ya en el cenit de la fiesta, con corbatas anudadas a la cabeza y constantes vivas al señor director, a su difunto padre y fundador y a la madre que los parió, el Sr. Guzmán se levantó para dar la terrible noticia…
-Coño López, tantos años peloteando y a ti también te han echado –comentó alguien de Impagados con bastante sorna.
-Hombre, echarme sí, pero mira que lata de espárragos de Navarra viene en la cesta, esto no lo he catado yo en la vida. Y fíjate, he conseguido el teléfono de dos de las strippers ¡Vaya detalle el del señor Guzmán!
-López, estás tonto, ¿no te das cuenta que estamos en la puta calle?
-Lo que tú quieras, pero siempre nos quedará el recuerdo de esta copa.
¿Les suena a algo mis queridos lectores? Venta de titulares con nocturnidad, alevosía y casi fuera de plazo, cortinas de humo con forma de fichajes de baratillo que intentan taparlas, caramelos envenenados para que los niños no reflexionen sobre si esa gestión está destinada a distraer las vergüenzas. Copas navideñas que ocultan segundas o terceras intenciones. Muchos López que asistimos a lo que nos echen contentos e impávidos. Pero vayamos a la actualidad, al fútbol. Vayamos a la Copa, a lo que nos queda. Vayamos a la competición a la que debemos agarrarnos como a la fruta escarchada de la cesta.
La función navideña empezó sin que muchos padres hubieran llegado al campo por el tráfico o por el cierre de los comercios (que es una variable que como saben afecta al fútbol una barbaridad). De entrada Osvaldo empezó bordando su papel de Herodes, metiendo miedo a los pastorcillos de la defensa y en especial a Perea, que daba claros síntomas de no saberse bien el papel. Pero poco a poco la cosa se fue entonando, cada vez los nuestros actuaban mejor, no con brillantez, no crean, que a fin de cuentas esto es una función escolar, pero serios y sin tartamudeos ni dudas. También el árbitro cumplió con su doble papel, por un lado Rey Mago concediendo un penalti que tal vez fuera falta y por otro lado caganet con diarrea de criterio.
Hay que destacar también el papel en la representación de varios protagonistas más: el Niño del Portal, De Gea, que a pesar de estar dolorido por culpa de Herodes hizo un milagro en forma de parada a remate de cabeza a bocajarro. El figurante que cruza el río de papel Albal y que casi no tiene frase, o sea Assunçao, cuya presencia siempre da equilibrio entre las dos orillas del puente, defensa y delantera. Luego estuvo Reyes, que hizo el papel de pavo, sí, sí, de ese pavo que se compra en octubre con ánimo de cebarlo para luego ser sacrificado. Por un lado, al pavo se le coge cariño por el roce, se le mira como a una mascota que levanta la patita cuando le tiras un altramuz pero por otro lado te das cuenta que al final será un pavo siempre y que su fin es acabar rodeado de patatas y lombarda. Muy bien Kun, que ayer ayudó en la puerta cortando entradas y dando los programas, se encargó de las luces, echó una mano como atrezzista y responsable de vestuario y acabó extenuado por el bien de la función.
Pero si alguien lució ayer en la representación fue Simao. El público no paró de grabar la actuación del luso con sus cámaras traídas de antiguos viajes a Andorra porque se sabía que iba a ser su última función en el colegio. Los más malpensados insinuaban que Simao seguro que no forzaría la garganta al declamar su texto por eso de que se va, pero se equivocaban. Incluso protagonizó el momento cumbre de la función, lo que le hizo tener que salir a saludar tras la bajada de telón ante la aclamación popular. Se va un profesional de la actuación, sí señor, ojalá que le vaya muy bien.  
Una vez todo el público se había ido, entre bambalinas se comentaba que no había tocado ni una maldita pedrea de esos décimos comprados en la Puerta del Sol. Valera, siempre oportuno, adujo que lo importante era la salud mientras Forlán con la pierna en alto por un golpe que se había dado al bajar de la escalera a la que se había subido para una mejor ambientación de su papel de Ángel Anunciador, maldecía entre dientes fulminándolo con la mirada.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Hay días...

Hay días en los que al levantarte no consigues encontrar las zapatillas de estar en casa. Entonces recuerdas que te quedaste dormido en el sillón (¡por eso te duele el cuello tanto!) y te encaminas al salón descalzo, andando sobre los talones para no sentir el frío.
Hay días en los que el coche no te arranca. Llamas a tu cuñado para que traiga las pinzas y aparece con unas de depilar. Ante tu extrañeza argumenta que pensaba que las querías para recolectar esos antiestéticos pelos que han arraigado en tus orejas.
Hay días en los que tu hija la pequeña aparece por casa con un jovenzuelo de botas con lengüeta por fuera que intenta mostrar ante ti sus mejores modales de colegio subvencionado. Pero tú le miras sabiendo qué es lo que busca, cuál es su fin último. Podrá intentar causarte buena impresión poniendo la mejor de sus sonrisas o intentando domar el pelo de cherokee que a tu niña le parece tan “in”, pero a ti no te ha engañado a pesar de que les dejarás el coche para ir a las fiestas del pueblo de al lado.
Hay días en los que tu suegra emite un comunicado quejándose de la informalidad de los que tienen que acuchillarle (¡uy, casi!…) el parquet, lo que obliga a acogerla en tu casa durante un tiempo indefinido. Ya por la tarde cuando te sientas ante la tele para ver el fútbol, ella pregunta inocentemente a su hija si no ha visto el programa de Maria Teresa Campos porque está muy bien y te tienes que ir a la salita para ponerte la radio muy pegada a la oreja mientras dura el partido lo que hace que andes todo lo que resta de la tarde haciendo publicidad de Sanyo en la sien.
Resumiendo, hay días en los que no debieras haberte levantado, días en los que comprendes cómo debe sentirse la familia de Steven Seagal, que mucho zen y mucho maestro en artes marciales pero cuando se ausenta de casa sus allegados suelen sufrir secuestros, violaciones y mutilaciones varias; que ya sabemos que luego se venga con éxito a pesar de enfrentarse en solitario a una organización que cumple todas la best practices del crimen, pero es que estas cosas es mejor prevenirlas.
Hay días en los que el Atleti visita campos como la Rosaleda, campos que no se le dan bien, campos de equipos de esos de la zona media baja en los que estamos acostumbrados a pegar el petardazo.
Hay días en los que nuestro equipo se juega algo más de tres puntos, se juega volver a alimentar la ilusión de muchos de los suyos después del fracaso de la eliminación de la competición que ganó el año pasado. Ya sé que a nuestro entrenador no le parece un fracaso, pero lo es. Ya se que al sobrino de la interprete más famosa de “la Zarzamora” le parecerá sólo una decepción, pero hay muchos de los nuestros a los que estas cosas le hacen ir al trabajo al día siguiente más cargados de hombros, tristes y hasta inapetentes:
        -Ruiz, ¿te vienes a desayunar?
-No gracias, voy a terminar el informe para el encargado, no vaya a pedirlo como hizo hace seis meses por sorpresa.
Hay días en los que juegas con un rival muy débil, días en los que te das cuenta que hay equipos que defienden aún peor que tú las acciones a balón parado. Habrá algunos a los que el cuerpo les pida sacar pecho, pero no está la situación para eso, ni mucho menos. ¿Se ganó sin pasar apuros? De acuerdo. ¿Fuimos superiores? Desacuerdo, sólo se tuvo más puntería y se aprovecharon los regalos prenavideños.
Hay días en los que te preguntas por qué si el equipo sigue sin jugar a nada, se cambian constantemente las mismas piezas y no se da entrada a otras. También te preguntas si sirven para algo los castigos que el cuerpo técnico reparte entre los jugadores (ahora léase Godín) como lo haría un profesor de filosofía gruñón.
Hay días en los que piensas que finalmente sí iras a desayunar mañana. Seguro que nadie ha visto el partido porque les parece aburrido y puedes exagerar el juego de tu equipo diciendo que pudo ser una goleada de escándalo pero es que no se quiso hacer sangre.
Hay días en los que te vas a la cama después de poner cuidadosamente alineadas las zapatillas de estar en casa al borde de la mesilla. Hay días en los que no paras de dar vueltas y ves desfilar las horas ante ti nervioso porque mañana tienes que madrugar, las dos, las tres…, días en los que tu mujer pregunta que qué te pasa hoy, que por qué no paras de dar vueltas. Cuando pierde porque pierde y cuando gana tampoco duermes. Y tú piensas que se ha ganado, sí, pero dejándote la misma sensación que cuando no se hace.
Hay días en los que, ya casi amaneciendo, oyes entrar un coche al garaje, un taconeo en las escaleras y una llave en la puerta de la calle. Y entonces empieza a darte el sopor, y ya casi dormido piensas que el día no ha estado tan mal, que la niña ya está en su habitación. Y te planteas que hace tiempo que no es el Atleti lo que te quita el sueño, y que puede que haya muchos como tú, y que alguien debería preocuparse por ello.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La verdad está ahí fuera

 (Cuarta entrega de las crónicas de Fuenteturbia, tras El Oriundo, Cultura popular y Noche de clásicos)
Don Rufino aceleró lo que pudo para llegar a la Vereda de la Cabezuela. No sabía lo que había querido decir Serapio con un 11-35, pero parecía algo grave. Ya en el lugar de los hechos, vio una gran cantidad de gente congregada que a duras penas podía ser contenida por las guirnaldas con banderitas nacionales y autonómicas que sobraron de las últimas fiestas, recicladas para la ocasión en cordón policial. Al verlo llegar, Serapio le franqueó el paso.
         -Serapio, ¿Qué cojones es un 11-35? –preguntó irritado el alcalde.
         -Don Rufino, un asesinato con violencia, eso lo saben los párvulos.
-¡Eso, encima me llama gilipollas en mi cara! Y todo por no pasarme las noches de los lunes viendo CSI igual que tú. ¿Qué tenemos?
-Dos hembras con signos de violencia, una de raza churra y otra merina por lo que no podemos descartar el móvil racial. Tengo a Anselmo haciéndose cargo de la escena, Don Rufino.
Se acercaron hasta donde estaba Anselmo, secretario del ayuntamiento, encargado de correos y gran aficionado al cine negro para pedir su opinión:
-La escena está muy contaminada, al no tener tiza hemos tenido que marcar los cuerpos con harina de gachas y parece que vamos a hacer una caldereta, pero antes de pronunciarme tenemos que esperar los resultados de los grupos de balística y de pezuñística que ya se han llevado muestras. Hay un testigo, pero está en estado de shock o de embriaguez, no lo tengo muy claro.
Una vez pasada la vorágine inicial, y ya en dependencias de la Casa Cuartel, Serapio y Don Rufino trataron de sacar algo jugoso al testigo, un pastor trashumante que de camino a Extremadura había hecho parada en el pueblo.
-¿Qué vio usted exactamente? ¿Notó algo anormal en el comportamiento de las víctimas?
-No veis más allá de vuestras narices, ¡Él vendrá y os arrebatará todo lo que tenéis! ¡Guardaos simpáticos pueblerinos, el advenimiento está cerca!
-Pero, ¿este que dice Don Rufino? , ¿Da usted su permiso para que le dé dos hostias?
-Maguygronkjaer venturinnimny, wickyfagiani maguy –repetía el testigo con los ojos en blanco y echando espuma por la boca en un idioma desconocido (que más tarde fue identificado por un catedrático en lenguas muertas como arameo antiguo influido con reminiscencias de fichajes invernales discutibles), antes de exhalar su último suspiro.
(Permítanme un paréntesis en tan inquietante historia, para contar otra que al menos iguala a la primera. Se trata de los fenómenos extraños acaecidos en Leverkusen, la ciudad acetilsalicílica por naturaleza, que expongo a continuación:
-Herr Sánchez Flores volvió a sacar un equipo que ninguno hubiéramos sacado. Los que lo vemos desde fuera y somos malpensados por naturaleza, intuimos que ni él mismo creía en el milagro, pero bueno será que no llegamos a su nivel de excelencia.
-Varios jugadores vestían manga corta, tal vez cogidos desprevenidos por el hecho de que en Alemania nieve en diciembre. Serán cosas del cambio climático y fallos en el scouting.
-Si se hacen los cambios faltando veinte o treinta minutos, los partidos cambian. Sobre todo si uno de los que sale se llama Fran, se apellida como la capital de Extremadura y sabe jugar a esto.
-No le cogieron demasiadas veces la espalda a Valera, tal vez porque cuando nieva te debes prevenir de que algún gracioso venga por detrás y te meta una bola en la espalda, con lo que jode eso.
Dejo para el final lo más extraño de todo, ¿saben qué es? Pues que al actual campeón de la Europa League le han dejado fuera de la competición dos superpotencias del fútbol como el Aris y el Leverkusen. ¡Que vengan Mulder y Scully y superen esto!
Continuemos con nuestro relato de thriller rural….)
Transcurrieron los días entre el desasosiego de lo vivido y el agotamiento por el mínimo avance de la investigación hasta que el edil se vio obligado a llamar a Serapio tras recibir un fax de la capital.
-Serapio, creo que estás demasiado involucrado en el caso. Tómate unos días de vacaciones, aléjate de esto. Los del ministerio van a mandar a especialistas en este tipo de sucesos.
-Con el debido respeto Don Rufino, ¡no me joda! ¡Este es mi caso y ningún chupatintas trajeado de la capital me lo va a quitar! –espetó Rufino con la vena del cuello muy hinchada, pero mucho.
-Cabo Serapio, no me das más opción. Deja tu placa y tu pistola encima de la mesa. Estás fuera del caso, ¿me oyes?... ¡Estás fuera! –sentenció el alcalde pedáneo mientras Serapio abandonaba la sala consistorial con un portazo que se oyó a las afuera del pueblo.
Sólo el tiempo, que lo cura todo aunque sean heridas como las de este inquietante suceso, hizo que nuestros dos protagonistas limaran asperezas y volvieran a sus rutinas habituales, como por ejemplo el paseo de la tarde.
        -Y dice usted que han archivado el caso, ¿no?
-Sí Serapio, ahora es un asunto clasificado. Los del CNI no sueltan prenda pero se rumorea que se nos conoce como el Roswell o el Salem de la Mancha.
-¡Qué cosas pasan, cagüentó! ¿Nos acercamos donde Dámaso para un vinito?
-Sea, Serapio, sea –dijo Don Rufino echando un brazo cariñoso sobre el hombro del miembro de la benemérita pero extrañado por el penetrante olor a azufre que le llegaba.
Tan ensimismados en su conversación iban, que no repararon en que el hijo pequeño de Eufrasia que jugaba al balón en la plaza, repetía como un mantra: “Wickymaguyolivera, sosagronkjaerventurin” con los ojos en blanco.

domingo, 12 de diciembre de 2010

¡Esto es un infierno!

Maldita humedad y malditos mosquitos, pensaba el teniente Flowers mientras avanzaba por el arrozal. Todavía resonaban en su cabeza las palabras del coronel Cherry antes de salir a tomar la colina:
         -¡Flowers, quiero esa colina y la quiero ya!
-Señor, es un suicidio, mi pelotón no está preparado para otra misión después de lo de Lebh Anté.
-Parece que no me he explicado bien Flowers, el general Crookednose quiere una cabeza y no va a ser la mía. O mañana toma usted la colina o le sirvo la suya en bandeja al general para la cena –espetó el coronel a escasos dos centímetros de la cara de Henry lo que le hizo reflexionar sobre las halitosis propias de las misiones bélicas.
-Señor, sí señor –respondió poco convencido el teniente.
El teniente Henry S. Flowers tenía sangre de navajo por parte de madre y se había hecho cargo del pelotón hace ya un año, sin prestar atención a los rumores que lo calificaban como la escoria de la compañía. De hecho, bajo su mando habían recibido dos condecoraciones importantes por el valor demostrado, pero eso era agua pasada, las cosas habían cambiado. Ahora detectaba desgana y sonrisitas maliciosas cuando pedía a los de la vanguardia que se adelantaran para explorar, y todo por la influencia del Rubio.
El Rubio (del que nadie quería recordar su nombre real) era el mejor tirador del pelotón, uno de esos hombres que primero disparaba y luego preguntaba. Había ido como mercenario a muchas guerras y todos sabían que hoy luchaba contigo y mañana contra ti, para él no existían los sentimientos. Su otro gran problema se llamaba Simon Tasty, un veterano a punto de licenciarse de antepasados portugueses que junto al Rubio estaba volviendo al pelotón en su contra.
Se retrasó unos metros para ver la disposición de avance de los muchachos, primero los de la vanguardia: el Rubio, Simon, el soldado Kings (buen soldado pero con poco cerebro) y el soldado de más talento, el cabo Kuntz (de quién se decía estaba casado con la hija de una leyenda de los marines, vamos como si fuera un dios). Después los de la retaguardia, Goodin, Perea, Thomas (de la zona eslava de Pittsburgh), Philip Lewis y el recluta nuevo, el  chicano Domínguez, al que el teniente Flowers gustaba mandar a limpiar letrinas sin motivo para que espabilara. 
Así le gustaba a él avanzar, con la tropa distribuida en cabeza y a la espalda. Algunos estudiosos del arte de la guerra cuyo culo olía a West Point pensaban que todo pelotón debe desplegarse con efectivos en medio, pero a él le parecía mierda de teoría burocrática. ¡Que le dieran por donde sea a quién opinaba que su pelotón se partía en cuanto empezaban las escaramuzas! Él, como mucho, accedía a llevar en medio al sanitario Paul Assumption, hombre de su confianza que corría de posición en posición para intentar ayudar a la tropa con vendas o munición cuando los combates se recrudecían.
Ocultos por la maleza, avistaron a menos de un kilómetro a los vietnamitas que defendían la colina bajo el mando del capitán Loth Inah.
-Sólo os pido este último esfuerzo muchachos –susurró Flowers -. Si salimos con vida de esta, os prometo una semana de permiso en Saigón y vales del economato para canjearlos por licor de arroz y tabaco de liar.
-El que se juega el culo aquí es usted teniente. No nos cuente historias –sentenció el rubio entre murmullos de aprobación de la tropa.
-Soldado, ¿se está usted amotinando? ¿Me están haciendo la cama? –inquirió Flowers acariciando instintivamente el seguro del fusil de asalto.
-No mi teniente, le habrá usted entendido mal. Lleva unos días muy sensible –terció Simon entre las risitas del resto -. Además sabe usted que camas en los marines no gastamos, somos más de catres o literas con colchón de muelles, lo que unido al peso del petate evidencia que al Tío Sam se la toca bastante nuestra salud lumbar.
Finalmente, la tropa se desplegó aliándose con los sonidos de la noche y la neblina que por la proximidad del río empezaba a caer. Los “charlies” parecían bien organizados, cinco amarillos en la parte de atrás de la colina vigilando las provisiones, cuatro en el medio haciendo guardia para evitar ataques hostiles y sólo una posición de ametralladora más adelantada para hacer daño cuando el enemigo osara descuidar sus líneas.
Aprovechando la hora de la cena de los vietcongs (consistente en pulpo con cachelos y empanada de zamburiñas), se desataron las hostilidades como de costumbre, con Kuntz y Kings disparando a pecho descubierto y con el Rubio y Simon viéndolas venir. Enseguida se demostró que ese no iba a ser un mal día para los chicos de Flowers, tanto por la valentía de sus dos soldados principales y la extraña solidez de la retaguardia, como por lo blando que se mostraba el pelotón norvietnamita (tal vez preocupado por recibir un balazo en plena digestión, cosa que todo el mundo reconoce como muy perjudicial para la salud).
Ya en el helicóptero de vuelta a la base, el teniente se intentaba autoconvencer de que las cosas no estaban tan mal, de que tal vez todos se licenciarían con honor y volverían a Wisconsin, a Arkansas o a Carolina del Norte a continuar con sus vidas pero entonces cruzó su mirada con la del Rubio, que estaba sentado en la parte de atrás. Y entonces lo supo, él volvería a casa en una caja marcada con su número de servicio y alguien le entregaría sus chapas de identificación a su mujer. Sintió un frío raro que le recorría la columna vertebral y notó que no sentía las piernas.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Hoy no me puedo levantar


El sol de mediodía que se filtraba por la persiana del ventanal de su loft con vistas al Retiro despertó a José Julio. Todavía persistía el dolor de cabeza que le produjo mezclar tres copas de Grand Cuveé Dom Perignon con dos gintonics de Beefeater 24. Además, el incompetente del concesionario le amargó la tarde al anunciar que no tenía stock en color Sahara del nuevo Cayenne por lo que tendría que aguantar al menos dos meses más con el viejo, que ya empezaba a sufrir los achaques de cualquier coche de dos años.
Aún algo desorientado y tambaleándose se acercó a la meseta de la cocina y mordisqueó una de las tortitas de harina tamizada que le había dejado preparada Edgarda.
-Demasiada nuez moscada –dijo con repugnancia -. Luego se quejan del paro pero no hay nadie que sepa hacer blinis con un mínimo de fiabilidad. ¡Cómo está el servicio! –se quejó, mientras tomaba nota mental de llamar a la agencia para que le mandaran a otra persona.
Lo único que le alegró fue que al consultar el calendario de la nevera domótica constató que, con el de hoy, sólo le restaban 4 días de trabajo antes de las vacaciones de navidad. Tenía planeado pasar los 20 días decorando el apartamentito de Avoriaz recién comprado con el dinero de las horas extras, aunque de pasar dos días en el pueblo con sus padres, su hermana y los pesados de sus sobrinos no le libraba nadie. A sus progenitores debía un nombre con el que se sentía incómodo, a su madre por admirar a Julio Iglesias tanto como para pensar en poner a su hijo el mismo nombre que al primer varón del artista y a su padre por una dislexia no diagnosticada (o distracción, vayan ustedes a saber) que hizo cambiar el orden de su nombre a la hora de registrarlo. José Julio. Aunque realmente así sólo lo conocían en el trabajo, sus amigos de verdad le llamaban JJ (léase anglosajonamente, Yei Yei. Pero no, así no, peguen un poco más la lengua en los incisivos…así, así sí).
La verdad es que se encontraba raro, cada vez tenía peor cuerpo y se sentó en su salita de cine pensando en coger el iPhone para llamar a su terapeuta, pero al final recapacitó y marcó el número del trabajo.
-Barajas. Torre de Control 2. ¿Dígame?
-Manoli, soy José Julio, me encuentro mal, hoy no voy a ir a trabajar.
Debido a la pandemia sufrida por José Julio y sus compañeros, el Atleti se vio obligado a viajar a Valencia en autobús. Ya a la altura de Tarancón los integrantes de la expedición empezaron a notar síntomas extraños: dolor de cabeza, malestar general, mareos, etc…, a los que el Dr. Villalón no dio mayor importancia por atribuirlos al bus-lag. Más tarde, y ya sobre el estadio Ciudad de Valencia, los síntomas empeoraron drásticamente;  lo que anteriormente parecían mareos se convirtieron en episodios graves de desorientación, los dolores de cabeza desembocaron en migrañas generalizadas que impedían la capacidad de pensar con claridad. Otro de los síntomas más inquietantes fue el de la irritabilidad: varios de los pacientes mostraron la variedad “si no me la tiras al pie me enfado”, que tantas víctimas ha dejado en temporadas anteriores. También es de destacar la opresión de pecho que empezó a producirse ya desde los primeros minutos, sobrevenida ante la imposibilidad de aguantar el peso del escudo de la camiseta por parte de los sujetos sometidos a vigilancia.
Mientras tanto, el galeno jefe del equipo médico habitual, a la sazón tío segundo de Elena Furiase, estudiaba los historiales con incredulidad, las medidas tomadas no estaban dando resultado, se decía.  Pero si estaban bien, pensaba, pero si todos tenían buena cara durante la semana. Bueno, todos no, Domínguez no está bien, está bloqueado, pero él ha cumplido debidamente con su deber poniéndole en cuarentena. Los millones de familiares de los pacientes no nos explicamos qué les ha pasado y no entendemos por qué no mejoran, sufrimos al verlos empeorar por momentos y empezamos a señalar al jefe médico como el responsable de ello, a pesar de ser conscientes de que los enfermos no hacen demasiado por mejorar. Es cosa de la actitud, dicen los entendidos. Será eso, decimos sin tener ni puta idea de triglicéridos ni niveles de bilirrubina en sangre, pero empezamos a estar hartos.
Tal vez sea hora de pedir una segunda opinión, no hace falta que venga House a tratar al enfermo, pero este médico receta aspirinas cuando te duele la tripa, prescribe anticoagulantes para cerrar heridas inciso-contusas  y, en el caso de que te encuentres fuerte como un roble, te empieza a tratar sin necesitarlo (como al bloqueado, por ejemplo).
Con razón estamos en estado de alarma, ¡qué menos!

jueves, 2 de diciembre de 2010

Sobreprotección (o primera entrega de la saga ¡Qué mayores somos!)

Todavía me dura la inquietud, se lo juro. Imagínense ustedes que salen de casa como cualquier tarde para tomar el fresco y se encuentran a la niña de los del tercero izquierda vestida como el operario que arregla las fisuras del reactor nuclear de Vandellos 1. Pues pasa lo que pasa, como uno es de naturaleza pesimista y se deja llevar fácilmente por el pánico, empezó a imaginarse que los malignos lugartenientes de Kim Jong-Il habían errado los cálculos en sus últimos ensayos nucleares preventivos y, por tanto, en vez del Mar Amarillo la zona bombardeada había sido el distrito de Ciudad Lineal.

Rápidamente, encaminé mis pasos a la tienda de los chinos más cercana para comprar los artículos indispensables para estar bien alimentado según cualquier guía de supervivencia: garrafas de agua, arroz y harina. Por cierto, ¿se han parado ustedes a pensar en que no siendo suficiente con ser atacado y pasar 3 años encerrado en un bunker, la dieta de supervivencia te obliga a pasar un estreñimiento feroz?, alguien podía poner kiwis en la lista de compras para desastres nucleares, vamos digo yo. Y yendo más allá ¿qué sentido tiene comprar tanta harina? ¿Acaso será que en esas condiciones de cautiverio y ante la amenaza de la lluvia ácida te da por rebozar todo o por hacer tempura de arroz?, ¿te pide el cuerpo hacer una piñata con globos de agua y harina para el cumpleaños de la suegra mientras visualizas un futuro en el que la extinción del cerdo ibérico te hará comer hormigas y cucarachas?

En todo esto pensaba mientras volvía acelerado del colmado oriental cuando vi a la niña en el parque con su padre, y ¿saben a lo que se dedicaban? A aprender a patinar….

-¿Qué pasa vecino? Aquí me ve, con la niña que se ha empeñado en patinar como Hannah Montana –dijo a modo de saludo el progenitor, de arriba a abajo ataviado de marca Domyos (¡cuánto daño ha hecho el Decathlon a la cultura española!)
-¡Ah! Muy bien, pero ¿no cree usted que va un poquito excesivamente protegida para patinar? –apunté con delicadeza.
-Quite, quite, no sabe usted la de mozalbetes que, al aprender a patinar o montar en bici se golpean en el occipital provocando problemas neurológicos que, si no son irreversibles, pueden provocar secuelas insospechadas –explicó mientras echaba a correr detrás de su hija, batiendo en la carrera el record del barrio de los 200 metros a salida lanzada.

Los que tenemos ya una edad, los que nos hemos criado estigmatizados por la muerte de Chanquete, aprendíamos a montar en bici tirándonos por una cuesta con un 15% de desnivel y con una bicicross BH con tendencia a sufrir salidas de cadena.

-Papá, que ya sé montar en bici –anunciabas orgulloso a tu padre mientras luchabas denodadamente por no sufrir un shock hipovolémico ante la pérdida de sangre a través de codos y rodillas.
-Muy bien Emilín, sigue así hijo pero no molestes…Y ahora, ¡las cuarenta en bastos!, ¡estos no nos duran a nosotros, Serafín! –respondía tu padre conteniendo a duras penas la emoción ante el progreso de su retoño.

Y es que los padres de antes sólo se ponían chándal Adidas azul marino con ribetes blancos ante acontecimientos de más calado, como unas semifinales del campeonato de petanca de la escalera o un partido de dobles mixtos con los cuñados de Palencia, esos que no te caen muy bien, posición ésta que contrasta con la del padre moderno, preparado para el ejercicio anaeróbico en cualquier circunstancia ante la más mínima insinuación de sus polluelos, lo que provoca escenas chocantes para los nacidos en los setenta.

-Jonathan, ¿te has cansado ya de tirar el balón lejos para que papi vaya a por él? –pregunta el padre solícito
-Roberto, no presiones al niño,  a ver si además del déficit de atención que tiene por tu culpa, vas a minar su confianza y tenemos que volver a la psicóloga para que le reafirme –añade la madre, porque madre no hay más que una.

Pues bien, mientras todo esto sucedía pasó por mi lado un simpático jubilado que expresó en voz alta el pensamiento más coherente de todo el relato:

      -¡Están “apollardaos”, los niños y los padres!

Queridos amigos, sirva este rollo para intentar endulzar el sabor amargo que tendrán tras el  esperpento que ayer nos vimos obligados a sufrir en el partido más importante que nuestro equipo afrontaba en la fase de grupos de la UropaLij. Sí, esa competición que el año pasado se ganó en Hamburgo a un equipo con tanta historia detrás como el Fulham y que sirvió para barrer bajo la alfombra del triunfo todas las miserias que el personal lleva soportando desde hace (demasiado) tiempo. El caso es que perdimos con el Aris de Salónica, y algún nostálgico aficionado a la canasta que no haya visto el encuentro pensará que si hemos perdido con ellos será porque se presentaron con Gallis y Yannakis, que no, que no, que esto es fútbol (aunque no lo parezca) y el Aris rindió visita con estrellas del calibre de Javito, Koke, Michel, etc..., nombres que sugieren alineaciones de equipo que juega en campos de tierra y que, sobre el papel, poco o nada podrían inquietar a una plantilla como la nuestra llena de botas de oro, eternas promesas o internacionales en más de 50 ocasiones con sus selecciones. No creo que merezca la pena cebarse hoy por lo calientes que estamos todos, tampoco conviene personalizar ni señalar porque eso ya se ha hecho infinidad de veces, sólo sé que muchas veces siento envidia de equipos llenos de Javitos y Kokes, equipos cuyas camisetas parecen eternamente manchadas de barro, equipos con jugadores llenos de heridas en rodillas y codos como niños que aprenden a montar en bici. Equipos con entrenadores que en el descanso hacen gárgaras con limón y miel como consecuencia del maltrato al que han sometido a su garganta, equipos con directivos que…bueno, cualquier tipo de directivo que no fueran estos me valdría.
Y nosotros como aficionados, ¿qué pasa con nosotros? Pues que también tenemos culpa, por consentir y por bajar el nivel de exigencia a mínimos que ni la Bolsa española, pero esto será motivo de otra entrada más adelante.
Con estas sensaciones que ayer muchos teníamos, no es de extrañar que poco antes de terminar el partido se levantara un aficionado veterano del primer anfiteatro para gritar a quién quisiera escucharle:

       -Estamos “apollardaos”, los jugadores y los aficionados.

Fue la única vez que aplaudí durante la noche.