lunes, 30 de agosto de 2010

Señores, no va más

Para los no viajados, Mónaco es un país con una extensión comparable a la de Fuenlabrada (la cuna de Torres, futuro lugar de peregrinación), un país en el que el precio por metro cuadrado no tiene comparación ni tan siquiera con el de ese bonito ático que la niña ha visto en Conde de Orgaz y que si les ayudáramos un poco…, un país en el que por un café te pueden cobrar más de mil pesetas de las de antes, y sobre todo, es un país principalmente famoso por su casino.



Ese casino ha sido testigo de conspiraciones, proyectos de golpes de estado, inicios de affaires que desembocan en cuernos más o menos consentidos y dilapidación de fortunas que tanto trabajo costaron amasar a algún bisabuelo con un muy discutible amor por el trabajo. Este emblemático edificio también ha destacado a lo largo de los años como escenario de espectaculares episodios de varias entregas de la saga de James Bond, por lo que, en sus respectivas calidades de productor de cine (el uno) y admirador de 007 (el otro), se presentaron Cerezo y Pitarch en la puerta del casino con dispares intenciones la noche anterior a la disputa de la Supercopa de Europa que el Atleti iba a afrontar.


El presidente de club afiliado a la FIFA que ganaría la banda de “Míster Pelo Bonito” entró para comprobar por sí mismo si (como se rumoreaba) también existen mesas de brisca y tute “subastao” para jugadores con esa pátina a tratante de ganado que él posee.


Suso, en cambio, entró para hacer realidad otro más de sus sueños infantiles (el de vivir del cuento lo ha logrado), quería constatar si era verdad lo que murmuraban las lenguas maledicentes en el club social, eso de que él tenía pinta de esbirro de película de James Bond. Sí, ese que a pesar de parecer malísimo e indestructible, muere 10 minutos antes de que la película acabe de una manera indigna y algo tonta, probablemente traicionado por su jefe. Suso se puso su traje color vino burdeos con solapilla de terciopelo, unos zapatos con alzas y puso más esmero que de costumbre en fijar su rebelde melenita. Además, portaba maletín reforzado de Louis Vuitton e impostaba un acento que pretendía simular procedencia moldava (o armenia o chechena, que la geografía no es ya lo que era).


Media hora más tarde, ambos fueron amablemente invitados por los servicios de seguridad del recinto a abandonarlo, el uno por ser descubierto intentando sacar de debajo de la manga una baraja marca Heraclio Fournier sin advertir que estaba jugando Bacarrá con baraja francesa, el otro por haber abofeteado y llamado maricón a un teniente de la guardia personal de Alberto de Mónaco que posó con desgana la mano en su muslo al no tragarse el papelón del traficante de armas venido de allende los Urales.


Al día siguiente, el equipo jugó uno de los mejores partidos que se recuerdan dando una lección de futbol (a pesar del susto inicial que la alineación pergeñada por el primo de Lolita nos había dado a todos) y, finalmente alzó la copa de Supercampeón de Europa por méritos propios.


Mientras tanto, el teniente de la guardia monegasca seguía suspirando en el antepalco por nuestro director deportivo, e incluso le pareció ver alguna mirada correspondida.

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